Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La gran brecha generacional

El ataque del corona no deja lugar a dudas: la pandemia se ceba en los mayores. Ayer sábado tuvimos datos oficiales que confirman la crueldad con que el virus ha devastado las cohortes de población de mayor edad: la mitad de los muertos en la primera ola por esta causa fallecieron en una residencia de ancianos. La cifra asciende a 20.268, si damos por válida la cifra del Gobierno, que en un borrador facilitado a las comunidades autónomas cuantifica en 43.697 las defunciones por esta causa hasta el 23 de junio, muy lejos de los 28.148 reconocidos por el hasta ahora registro oficial: una contabilidad vergonzante que debería colocar al propio Gobierno en el primer lugar de la lista para aplicar el reciente plan del gabinete de Sánchez para combatir la desinformación y las fake news.

No es ya que la mitad fueran jubilados o gente de la tercera edad, sino que de la otra mitad también sin duda muchos también eran ancianos (este dato no se ha facilitado, que yo sepa al menos). Otro dato para la conmoción y el horror: el 6% de los residentes en asilos públicos o privados han muerto de coronavirus en ese periodo, sin poder despedirse de sus familiares y quizá conviviendo con algún otro residente ya cadáver en una habitación. Pone los vellos de punta pensar en el dantesco escenario en que se convirtieron unos centros de retiro que en absoluto estaban preparados para afrontar unas circunstancias como las acaecidas.

Por mucho que casi en cada noticiario nos informen, con lícito afán de concienciación, de la anécdota -que lo es- de algún joven a quien el virus haya atacado con penalidad o, menos aún, matado, las estadísticas disponibles, sean computadas o estimadas, no dejan lugar a dudas. A los jóvenes les resbala el virus por la piel. A muchos, también les resbala en la conciencia, y no sienten ningún compromiso con evitar ser transmisores de primer orden. Ni siquiera cuando se les aduce que esta pandemia o se corta o les va a dejar un futuro económico lúgubre: "Ya lo tenemos chunguísimo, qué más da, habrá que vivir". Los anuncios de propaganda -va sin segundas: se llama así a la publicidad política- algo chantajistas sobre chavales de fiesta que se enteran de que han causado que su abuela esté muriendo en un hospital son muy criticados por los liberales de aquí, que en general son neocons de manual. La brecha está abierta para décadas. (Mientras, en EEUU, un señor de 77 años derrota en las elecciones a otro de 74, que ni inventándose un coronavirus -es una certeza propia- ha podido seguir en la Casa Blanca.)

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