DESPUÉS de dos días en que estuvo más gallego que nunca y nadie sabía si subía o bajaba la escalera (traducción: si dimitía o se quedaba), Mariano Rajoy ha anunciado la salida más normal y, por eso, la más adecuada. La que más se ajusta a lo le ha sucedido en las elecciones al Partido Popular.

En efecto, cualquier otro resultado del 9-M habría exigido otras soluciones. Si Rajoy le gana a Zapatero, qué duda cabe de la continuidad de la actual dirigencia popular, con su equipo heredado y su estrategia de tierra quemada frente al socialismo. Si Rajoy hubiese perdido estrepitosamente, en cambio, a estas alturas habría estallado la crisis, la dimisión irrevocable y un congreso extraordinario como medida más urgente.

Ha pasado lo que ha pasado: el PP ha sido derrotado, básicamente por su incapacidad para pintar algo en Cataluña y el País Vasco, pero ha avanzado en votos y escaños, de modo que se entiende la lectura optimista de que no necesita una catarsis, ni tiene por qué arrojar por la borda a su líder ni está del todo claro que tenga que variar mucho su discurso de estos cuatro años. Ahora bien, si ha perdido es obvio que algo debe cambiar. Si no le vale la subversión radical de su estrategia y dirección, menos le vale el continuismo. Estoy convencido de que ésa es la reflexión que se ha hecho Rajoy para actuar como ha actuado.

La astucia de Rajoy ha consistido en desarmar a sus presuntos sucesores, que ya celebraban en la intimidad su caída y creían llegada su hora. Al postularse para seguir al mando y prometer un nuevo equipo, les ha emplazado a lanzar sus candidaturas a cuerpo gentil. Naturalmente, todos se han envainado sus ambiciones comprendiendo que no era el momento y se han proclamado hombres, y mujeres, de Mariano. Es una piña ficticia, pero funciona. ¿Quién es el guapo que se retrata ahora y se arriesga a un batacazo seguro?

Lo malo es que la permanencia de Rajoy al frente del partido, después de ser avalada por el congreso y con las manos libres para hacer y deshacer en su estructura orgánica, determina en buena medida que verá cumplida su aspiración de ser otra vez, la tercera, candidato a la presidencia del Gobierno en 2012. El hombre no va a limpiar el patio, liberarse de tutelas y centrar un partido que no acaba nunca de centrarse para que otro u otra le birlen la candidatura. Lo cual obliga a la organización a seguirle en una labor de oposición menos radical que hasta ahora -y para eso hay que convencerla primero- o, por el contrario, a empecinarse en la política de acoso y bloqueo que no le ha dado el resultado apetecido. Hace falta que Rajoy demuestre la sinceridad de su apuesta por la primera opción.

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