Cambio de sentido

Al fresco

La misma sociedad que idealiza charlar al fresco está organizada para hacerlo imposible y absurdo

Divino", responden unánimemente los tertulianos de guardia en la radio a la pregunta de que qué les parecería que la Unesco declarara Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad sentarse al fresco, como propone el Ayuntamiento de Algar. A continuación, cada contertulio suelta su endecha y una perorata en la que mezclan "la auténtica comunicación interpersonal, alejada de las nuevas tecnologías", y la perspectiva de género para referirse a cuando la abuela se salía a la puerta a piar con las vecinas. Totalmente persuadida por este discurso, me he montado en el ascensor con la silla de enea y el botijo y me he plantificado a la entrada de mi portal. Charlar no he charlado, porque todas mis vecinas están de vacaciones, gran parte del barrio se marcha en estas fechas. Eso sí, un tipo del bloque de enfrente me ha gritado desde el balcón no sé qué de los estatutos de la intercomunidad y que no está permitido sacar muebles y apalancarse en las zonas comunes. Para evitar problemas, he salido de esa zona y me he instalado en la acera. Casi me atropella un patinete eléctrico. Un policía local me ha preguntado que qué hago allí con una silla, y que qué contiene el botijo. La Unesco se va a meter en un buen lío diplomático si quiere proteger de verdad esto de salirse una a la puerta.

La iniciativa de proclamar patrimonio de la humanidad tomar el fresco es una boutade del tamaño de Chicago, un brindis al sol, un hablar por no estar callado. Lo digo no porque esté en contra de esta costumbre, que he practicado siempre con mucho deleite en mi pueblo, sino porque la misma sociedad que idealiza la práctica de charlar al fresco está organizada para hacer que ello sea imposible y absurdo. Los corros de sillas se han sustituido por veladores en terrazas, los veranos en el pueblo por vacaciones en resorts, las calles y plazas tradicionales por barrios gentrificados, el cine de verano por el home cinema, el relente por el inverter, lo comunitario por individualismo y desconfianza transformadas en estatutos y actas. Así es como se deprecian, además, las declaraciones de patrimonio cultural, dando chancha a la pantomima. A este paso, el listado del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad incluirá al mismo nivel de relevancia el flamenco y coger tagarninas. A mis tías del pueblo, cuando se sacan la silla al fresco, les importa poco lo que diga la Unesco. Con que no las asedien con tráfico, ordenanzas y desprecio a su forma de vida tienen bastante.

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