La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

El fiscal, un tío serio y bueno

Rajoy le encargó al ministro Catalá la tarea de interferir en la Justicia para minimizar los daños del PP corrupto

El problema no es tener un cuarto de sociedad mercantil radicada en un paraíso fiscal siendo Fiscal Anticorrupción. No es ya creer que esa circunstancia no afecta a la ética y la estética, ni que basta con haber cumplido con la ley regularizando ante Hacienda esa herencia acrecentada por la evasión. Ni siquiera es que su superior, el fiscal general del Estado, considere que Manuel Moix no tenía por qué informarle de su cuenta en Panamá cuando lo nombró ni tenía por qué dimitir ahora por su causa.

El problema que la dimisión inexcusable e inaplazable de Moix ha evidenciado y agravado es que el Gobierno metió sus zarpas en la Justicia -con fracaso, por esta vez- y que ha puesto en peligro el principio democrático de la separación de poderes y la independencia de jueces y fiscales, y todo por un interés puramente partidista: minimizar los daños obligadamente infligidos por los tribunales a una élite política devastada por la corrupción. Por su corrupción.

Ésta fue la tarea que Rajoy encargó en septiembre de 2014 a Rafael Catalá, sustituto de Gallardón, y a ella se aplicó el nuevo ministro de Justicia, cuya apariencia educada y tolerante convive con la determinación ciega de alcanzar el objetivo marcado y lograr que el Partido Popular pase por los banquillos más mediáticos con el menor desgaste posible.

Manos a la obra, Catalá se cargó a una fiscal general del Estado poco obsecuente para poner a otro más sumiso, le encargó la designación de un fiscal jefe Anticorrupción (Moix) que metiera en cintura a un colectivo de acusadores públicos díscolos, autónomos y con ambición de poder y vio -complacido- cómo éste frenaba investigaciones y registros en los casos de corrupción que afectan al PP, pero también constató que había entrado en la Fiscalía como elefante en cacharrería y que su mandíbula era de cristal. Si el gran corrupto Ignacio González pronostica tu nombramiento seis meses antes de producirse diciendo que eres "un tío serio y bueno", estás perdido. Marcado y señalado.

La mejor prueba de las maniobras de interferencia de la Justicia la ofreció, sin querer, Mariano Rajoy. Le preguntaron dos días antes de la dimisión de Manuel Moix si mantenía la confianza en él. No dijo que al fiscal Anticorrupción lo designa y lo destituye el fiscal general, que el Gobierno no tiene nada que opinar, no es su competencia. Dijo esto: "Sí". Confiaba en él. Y horas después Moix tuvo que irse.

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