Se imagina todo un verano sin fiestas? Pues vaya asimilándolo. Con el fantasma real de la pandemia nos hemos quedados sin celebraciones. Al verano "no se lo come nadie", pero a las celebraciones las vamos a notar por su ausencia.

La primera, en plan grande como fiesta marinera, va a ser la del Carmen. Una celebración tradicional que en muchos puntos de la costa onubense marca el auténtico verano en auge en esa curva ascendente que terminará a mediados de agosto, aunque nuestro estío por estas latitudes dura hasta todo septiembre.

La procesión por la ría, tanto en Huelva, en Punta Umbría, como en otras plazas onubenses, fue siempre un bello espectáculo digno de admirar por su luminosidad, coloridos marinero y esa honda devoción mariana que tenemos todos los enclaves costeros.

El Rompido, Lepe, Isla Cristina, Ayamonte y otros lugares sentirán la nostalgia de sus fiestas tan típicas y tradicionales y no digamos Huelva que se queda sin sus Fiestas Colombinas.

En este carácter histórico lugares como Palos de la Frontera y en la capital las instituciones colombinas se plantean un año sin sus actos tradicionales.

Colombinas, sin fiestas en su recinto, sin corridas de toros, sin la algarabía de esas noches veraniegas a la orilla del Odiel, nos van a ofrecer una visión impensable hace solo unos meses.

Vivimos un verano de mascarillas. Es decir un verano tapado, irreal.

Todo sea por vencer, en lo posible ese coronavirus que tantos males está causando sanitaria y económicamente. Pero hagámoslo. De verdad. Conscientes. Con prudencia. No vayamos a tirar por la ventana lo conseguido.

Pasadas las fases establecidas por la autoridad, caminamos por una senda desconocida, en la idea y en deseo de llegar algún día, no a esa moderna invención lingüística de la nueva normalidad, sino soñar plenamente con la vieja, a la que si todos ponemos nuestra voluntad, llegaremos.

La pandemia, no cabe duda, ha sido un aviso y bien grande, a que reordenemos nuestro mundo, medio perdido, en tantas cosas. Una llamada de atención a salvar al hombre y a la naturaleza, a una especie humana dislocada en su forma de vivir y de ser tratada.

Un verano que será recordado, como todo el año, en que el mundo se paró. Y ponerlo de nuevo en marcha no será tarea fácil porque la gran enfermedad la lleva la especie humana dentro con sus egoísmos, odios, despilfarros, sus visiones políticas llenas de intereses económicos, y descabelladas ideologías que incitan a la lucha, y olvidan la falta de solidaridad. Todo esto y mucho mas también es una epidemia que llevamos siglos sin querer parar.

Pero el verano tiene sus atractivos naturales y a ellos tenemos que recurrir con alegría, sin miedos, pero con sentido común, aunque este sea el menos común de sentidos.

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