Tal como se están mostrando y expresando muchos de esos movimientos de militancia izquierdista de diversas denominaciones -con su pretendida superioridad moral-, adscripciones e ideologías, presuntamente demócratas, hay rasgos de un radicalismo, de una intransigencia y de un talante sospechosamente totalitario. Es la expresión la que más define sus rasgos supremacistas, su lenguaje de insultante e insoslayable determinación, que propende a la inquietud e incluso al miedo. Lo es más cuando unos y otros no cejan en su empeño obsesivo y patológico de fijar etiquetas, amartillar insinuaciones malévolas, fijar inamovibles y tópicos clisés, amarillos por el tiempo y su enfermiza insistencia, apolillados como sus propias anacrónicas ideas. Pero ahí están como ajados e inservibles reclamos electoralistas.

Y sobre este terreno siempre resbaladizo de las elecciones se cierne amenazadora la sombra de las fake news. A las mentiras, embelecos, falsedades, tergiversaciones, instrumentaciones interesadas, silencios sospechosos y otras supercherías de políticos en campaña electoral, hay que añadir las noticias falsas que surgen, hábilmente instrumentadas, a un ritmo vertiginoso a través de las nuevas formas de comunicación: las redes sociales. Todo este arsenal manipulador se acelerará en la última semana aunque siempre hay quien se adelanta.

Hace unos días saltaba la noticia: "El Gobierno usa la web de Moncloa para hacer propaganda pese a los avisos de la Junta Electoral". Y todo ello con un sistema electoral español que no pretende la proporcionalidad, sino la gobernabilidad de los partidos más poderosos, lo que desnaturaliza la igualdad democrática. Y en esa deriva ventajista y engañosa, la inefable vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, era reprendida por la Junta Electoral por usar las redes sociales del propio Gobierno contra PP y Ciudadanos y la apercibía de posibles sanciones. Por su parte el presidente Sánchez desmentía al Banco de España, hablando de un magnífico informe cuando la primera entidad bancaria culpaba a los "decretos sociales" de una reducción ínfima del déficit público y de "otro año en barbecho" para la consolidación fiscal. Y otra de las grandes farsas a la que asistimos cada día más alarmados es la del nacionalismo catalán, protagonizada por ese líder de la ridícula payasada independentista que es Torra, obseso del pancartismo insultante y provocador. Nefasta consecuencia de los intereses de anteriores gobiernos y de la debilidad deplorable de los últimos, especialmente del actual, que hace de don Tancredo, mientras pueda contar con los separatistas para renovar el poder sin que le importe, no sólo el deterioro económico del país sino el desastre económico y social de la región. Tiene razón el filósofo francés Bernard-Henry Lévy cuando escribe: "El independentismo catalán da la espalda a la democracia y el humanismo".

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