Elámbito mediático español se ha conmocionado con la decisión de Íñigo Errejón de presidir un grupo, Más país, en las próximas elecciones generales. En una situación enfermiza e inestable como la que vivimos, cualquier acontecimiento político, registra vaivenes inconmensurables. Y escribo esto porque a pesar de las especulaciones y pronósticos -hay osadías inauditas en el variopinto mundo de las hipótesis, gurús y visionarios cicateros-, ese efecto redentorista -presunto liberador de equívocos bloqueos- por parte de la izquierda que se le atribuye al antiguo fundador de Podemos, es impredecible aunque todos coincidan en unas intenciones puramente interesadas y ambiciosas, más que favorables a lo que realmente necesita España. El multipartidismo, de tan confusos y negativos destinos para el panorama político actual, se complica aún más o si no -¡ojalá nos equivoquemos!- al tiempo. En fin, el que faltaba, para complicar aún más este tinglado multipartidista y confuso. Para muchos el joven político parece el bálsamo de Fierabrás que hará posible el acuerdo de gobernabilidad deseado. La mayoría son de aquel del último que llega, suele decirse. No parece que, precisamente, Errejón sea el instrumento de concordia y estabilidad que necesita España.

De esta guisa o en tan compleja circunstancia los medios de comunicación, críticos, articulistas o analistas políticos a favor de la izquierda o los que están a favor de la derecha, que tanto abundan de un lado y otro, no ofrecen ninguna credibilidad y confianza. Al ser parte interesada sus criterios y afirmaciones tienen muy dudoso valor. En uno y otro bando hay un denodado empeño en demonizar las actitudes y opiniones de sus contrarios y mirar a otra parte y evitar autocríticas con las acciones y declaraciones de los suyos. En estos días arrecian las proclamaciones progresistas que toda la izquierda invoca como patrimonio propio. Un progresismo sobrevenido que sobre todo Pedro Sánchez, en su irreprimible pretenciosidad, garantiza como el mejor de todos. Dime de qué presumes… Lo que necesitamos son soluciones de futuro y no distopías del pasado.

Y el conflicto más grave del país sigue focalizado en Cataluña. La agitación crece y se agudiza ante las expectativas de la resolución del proceso contra los golpistas y se amenaza con promover la "fractura social", asaltar el Parlamento… Como si el Parlamento catalán no estuviera ya asaltado por un considerable número de nacionalistas separatistas, fanatizados por un republicanismo bastardo y supremacista de la peor especie. Hemos alimentado al monstruo, lo hemos subvencionado, le hemos permitido las mayores infamias y depravaciones políticas -últimamente los presuntos terroristas del CDR- y la espiral violenta y secesionista ha llegado a un extremo intolerable. El discurso del rey (3-10-2017), sigue vigente. La aplicación de las leyes constitucionales es imprescindible.

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