España siempre ha sido un país de extremos, pasamos de uno al otro con una facilidad digna de análisis sociológico. Así a principio del siglo XX la universidad era un estamento clasista pero con prestigio donde solo accedían los que podían permitirse pagar unos estudios superiores pero a cambio la fiabilidad del conocimiento emanado de las mismas era incuestionado ya que no todo el que podía pagar los estudios obtenía finalmente el título si no demostraba las aptitudes necesarias.

Las medidas de popularización del acceso a la universidad que se ha producido en la segunda mitad del siglo XX pretendían garantizar el derecho a unos estudios superiores para todos los españoles, lo que consigue por un lado facilitando que no sean causas económicas las que impidan estudiar, algo totalmente plausible, pero por otro lado se ha ido con los años bajando el nivel académico de las exigencias para la obtención del ansiado título y aquí es donde viene el error, cualquiera no tiene las capacidades intelectuales necesarias para obtener el diploma que acredita una formación superior y esto es lo que se supone que se esta evaluando, la universidad debe ser excluyente en este aspecto, así vemos como el grado de preparación que exhiben algunos egresados es tan bajo que son incapaces de redactar una carta de presentación mínimamente coherente y sin faltas de ortografía. Esta generalización por supuesto es injusta con aquellos que han sido brillantes en sus estudios y han demostrado unas capacidades acordes a lo que debe exigir una universidad, pero lo cierto es que los hechos expuestos han conseguido devaluar los títulos universitarios a la categoría de que cualquiera puede tener una carrera universitaria sin esto suponer un grado de preparación acorde a una enseñanza que se denomina superior y lo que es peor sin aumentar sus posibilidades de colocación en un mercado donde sobran titulados universitarios y faltan profesionales de otros oficios. Si inundamos el mercado de un producto y su calidad es baja lo que se consigue es tirar por los suelos el precio del mismo.

A día de hoy parece más que evidente la necesidad de la reforma del sistema educativo español desde la base, al objeto de parar esta fábrica de frustraciones que supone que tras años de estudios, para el recién graduado en muchos casos su única opción sea engrosar las listas del paro o dedicarse a actividades para las que no hubiera necesitado ningún tipo de estudios, lo que en última instancia es una fuente de frustraciones personales y familiares.

Nuestros egresados se encuentran un mercado devaluado donde tienen que competir en precio para acceder al mercado y donde el hecho de tener una titulación no es diferencial de nada en el proceso de selección. Hemos pasado de una universidad clasista a una sociedad clasista que muestra un cierto desdén si un joven no opta por unos estudios universitarios, mientras la demanda del mercado laboral va por otro sitio.

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