El pasado domingo 27 vivimos una de esas jornadas que se recuerdan siempre, marcadas en rojo en el calendario tanto por lo esperado como por lo determinante para el futuro. Llegaron las vacunas del Covid-19. La única solución que nuestra ciencia a sido capaz de encontrar para dar respuesta a una pandemia que pone en riesgo toda nuestra sociedad. Más que suficiente para que todos recordemos el 27 de diciembre de 2020 como el día del principio del fin. En realidad, ese dichoso año terminó ahí, al menos anímicamente así lo sentimos todos. Había ganas de pasar página.

La vacuna nos regaló una jornada de euforia y alegría. Como colectivo necesitamos noticias así que nos reconforten de cara al duro trecho de la reconstrucción. Las primeras dosis nos hicieron ver el final quizá más cerca de lo que realmente está. Apenas 24 horas después nos encontramos con la primera cura de realidad: un retraso en el suministro y con él de la vacunación. Tal vez sea bueno que fuese tan pronto.

Quizá por la necesidad de sostener el ánimo algunos anuncios han ido cargados de cierta euforia relacionada con la vacuna. Es la solución, la única que tenemos, y a buen seguro nos permitirá mirar hacia atrás dentro de un tiempo, aunque también lo es que puede que sea más del que nos pensábamos todos ese día 27. Hay que relajar la euforia y asumir la realidad. Paciencia.

La cuestión de los plazos es un vicio de los dirigentes al que ninguno es capaz de renunciar. Resultan mensajes muy golosos. Hemos leído los porcentajes y las fechas en las que habrá inmunidad de grupo o cosas similares. Marzo, primavera, el verano, el próximo otoño… El retraso 24 horas después de esa primera remesa de vacunas nos debe hacer ver que nada será tan sencillo. Para empezar porque mientras no tengamos otra modalidad que la actual de Pfizer todo irá lento, sujeto a la producción y un complejo sistema de distribución.

Con la estimación actual y la cantidad de ciudadanos inmunizados que somos capaces de generar nos toca capear todavía un tiempo con la pandemia así como con todas las medidas derivadas. Rebajemos la euforia, porque detrás de ella vienen la irresponsabilidad y la relajación. No tengamos prisas por tirar las mascarillas.

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