Mi hija acaba de terminar segundo de bachillerato y, tras este fin de semana de descanso que está dedicando básicamente a dormir, empezará a prepararse en unos días para la PEvAU, esa prueba de tintes iniciáticos que supone el ingreso en el mundo de los adultos. Un esfuerzo más, solo un pequeño esfuerzo más, le decimos en casa, sabedores de la mentira piadosa que esconden estas palabras. Porque aún le queda lo peor, la preocupación por saber si la puntuación obtenida le permitirá acceder a la carrera deseada. Una cifra arbitraria, una nota de corte odiosa que marca el trazado de la vida de muchos jóvenes, casi cincuenta mil el año pasado. Al final, yo siento que les pedimos ese esfuerzo para sobrellevar lo que no depende de ellos.

Al otro lado de la escena, los profesores que los han acompañado hasta aquí ponen sus últimas notas, se alegran de los éxitos de sus alumnos y resoplan después de haber corregido tres veces el examen de quien, otra vez, se queda lejos del aprobado. Un esfuerzo más, solo un pequeño esfuerzo más, se animan entre ellos, sabedores de la falsedad de esta afirmación. No solo porque aún queden las semanas de más presión del curso, sino porque las fatigas no van a terminar ahí. Agotados después de dos años de pandemia, con la premura de que chicos y chicas recuperen aprendizajes no adquiridos, llevan además muchos meses pensando en los cambios que traerá la nueva ley educativa. Cambios metodológicos de gran calado, que han generado un intenso debate solo resuelto por la vía de los hechos; y cambios organizativos que pondrán patas arriba horarios, programaciones, reparto de materias… Decisiones, casi todas, de las que no se sienten partícipes y ante las que tendrán muy poca autonomía. Al final, el esfuerzo que les pedimos consiste en sobrellevar lo que no depende de ellos.

Lejos de estos escenarios, hombres y mujeres sin rostro mueven los hilos de este entramado ajenos a la presión de los estudiantes y al cansancio de los profesores. Unos buscan sacar a tiempo los nuevos currículos escolares, otros arrecian las críticas y preparan el guión de la próxima contrarreforma educativa. Ninguno de ellos está dispuesto a renunciar a la educación como arma electoral, un tema sensible que puede arrancar votos. Por eso no se plantearán nunca sentarse a hablar, llegar a acuerdos, escuchar tal vez. Y es, precisamente, lo que depende de ellos. ¿Les pedirá alguien alguna vez un esfuerzo más?

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