Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

El esfuerzo

Cabría recordar a la ministra Celaá que ese esfuerzo que reclama al 'sistema' se da ya de manera bien consciente

Tiene razón la ministra Celaá cuando, en la entrevista publicada ayer en este periódico, afirma que "el esfuerzo, que tanto se preconiza, no sólo debe hacerlo el alumno, al que en España se le carga de deberes, sino también el sistema". Y la tiene, igualmente, cuando afirma que la cantidad de alumnos que repiten curso en España es insostenible. La Lomloe deja la decisión última respecto a la promoción de cada alumno en manos de la junta de evaluación, lo que cabe entender como un acierto al reconocer a los docentes la responsabilidad que les corresponde; pero cabría matizar que ese esfuerzo del sistema que pide la ministra se da ya de manera bien consciente. De sus palabras se deduce la idea de un sistema implacable que juzga a discreción a tenor exclusivamente de las calificaciones, cuando el empeño general de los equipos docentes en incluir, estimular y no dejar a nadie fuera es mayoritario y, en ocasiones, titánico, por encima de familias que renuncian a implicarse y de la apatía creciente en los hogares. Por supuesto que hay excepciones injustas, pero es mucho más injusto acusar al sistema de no esforzarse. No falla: si la derecha desprestigia a los docentes por adoctrinar, la izquierda hace lo mismo por su tendencia a favorecer a las élites y oprimir a los humildes. El caso es que no hay blanco más fácil para jugar sucio.

Llama la atención la discreción con la que pasa Celaá por la cuestión del esfuerzo, que, en su opinión, "tanto se preconiza". El asunto ha causado desde antiguo cierta incomodidad en la izquierda a cuenta del prejuicio según el cual un alumno que se esfuerza tiene garantizados de entrada, como relación sine qua non, todos los privilegios sociales y económicos. Sin embargo, bastaría asomarse a la realidad de los centros educativos hoy día para comprobar que la centralidad decidida del esfuerzo beneficiaría justamente a quienes parten en desventaja: son muchos, muchos, los alumnos que se enfrentan a diario a situaciones extremas, a familias donde la violencia es norma diaria, a enfermedades propias y ajenas y a kilómetros diarios en carreteras de montaña para llegar al colegio o al instituto y que sacan sus cursos adelante con tesón y el mayor esfuerzo. Por el contrario, a menudo los alumnos que causan verdaderos quebraderos de cabeza en los centros para beneficiarse de los criterios menos estrictos respecto a la promoción pertenecen a las clases más pudientes.

Es decir, insertar aquí dialécticas entre oprimidos y opresores entraña una simplificación siempre injusta. Igual se trata de dejar a los docentes hacer su trabajo y de recordar su responsabilidad a las familias.

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