Dostoievsky era un nacionalista exaltado, un chovinista que despreciaba la ciencia, que defendía la autocracia más retrógrada y que tenía una concepción mesiánica del destino y de la misión de Rusia en el mundo. Además, rechazaba todo lo extranjero y era un antisemita furibundo.

Dicho eso, resultó ser uno de los novelistas más excepcionales y vigorosos del mundo. De donde se desprende, que el oficio de escribir va por un lado y la ideología del escritor por otro. Y esto no es una contradicción.

La historia de una novela -sea real o ficticia- es un universo acotado. Es algo que transcurre en un espacio de tiempo elegido por el escritor, en donde se mueven personajes que se enfrentan a unas circunstancias históricas o inventadas por él, a resultas de las cuales, se genera una trama en donde los individuos inmersos en la misma, adoptan unos comportamientos que han sido diseñados por el amanuense para cada uno de ellos, o, puede ocurrir, pero esta es otra historia, que algún personaje tuerza las intenciones primigenias del escritor y termine imprimiendo al texto un sello distinto al que deseaba, e, incluso, la sumisión del propio escritor a lo que el personaje en su desarrollo va dictando.

Esto puede parecer difícil de entender, pero así es.

En principio, podría entenderse que lo que denominamos hoy como novela, ese constructo, es solo una obra de teatro escenificada en la mente del escritor y representada exclusivamente para él, con infinitas variantes, de las cuales, el que narra, escoge las más oportunas para el desarrollo de la acción.

De entrada, no hay espectadores. Ni siquiera sabe mientras escribe, si llegará a representarse la misma, o sea, tendrá o no, lectores; incluso una vez que sea impresa la misma.

Pero, hay una serie de escritores no reconocidos como tales, que, sin embargo, tienen mucho que ver con nuestro estado de bienestar o de desgracia.

Son los relatores políticos. Estos elementos, nos cuentan una historia de lo que nos acaece, siempre supeditada a un fin grupal, o, lo que es peor, a un interés personal, y nos hacen tragar una sarta de mentiras acorde con la finalidad que persiguen, que no es otra que la de gobernarnos -epatarnos-, de acuerdo con la consecución de objetivos que, siempre, siempre, tienen un interés crematístico que engordará las arcas de una posición ideológica determinada. Punto. Y de estos escritores no hay que fiarse, nada, salvo excepciones muy contadas.

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