Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

No os engañéis, el campo no os quiere

El campo no precisa de nuevos predicadores de un entorno del que no se han ocupado y del que no saben nada de nada

Soy un urbanita. Me encantan las ciudades, aunque las más grandes se me atragantan cada vez más, consecuencia de tener la tercera dosis de la vacuna, para qué nos vamos a engañar. Mi paisano Unamuno decía que el campo era un sitio lleno de pollos crudos. También se lo atribuyen a Baroja, aunque ambos compartían no demasiada simpatía por el entorno natural. Me gusta estar rodeado de asfalto, cafeterías, librerías, paseos y terrazas; no me agobian los coches siempre dentro de su justa medida y la gente si sabe comportarse, no me sobra. No aguanto la falta de cuidado con los que compartimos espacio, pero eso poco tiene que ver con el entorno y más con el fondo del envase del que está hecho cada uno.

Mis experiencias campestres se resumen en un caserío en el que viví durante muchos años para satisfacer el sueño de mi aita de tener una huerta. Allí aprendí poco más que mi primo Jon que una vez, cuando ésta comenzó a dar sus primeros frutos, se sorprendió de que los tomates no salieran debajo de la tierra. A lo largo de más de dos décadas, pasé mis veranos en las tierras de Castilla. Cervera de Pisuerga y alrededores, me conectaron con una parte de la vida absolutamente lejana, pero que aprendí a respetar. El contacto con los animales, el respeto que merecen las personas que los cuidan y el trabajo inmenso que requieren me sirvió para conocerlos, pero siempre con la mirada de que en breve iba a dejar de compartir su espacio, de ser un extraño para ellos y regresar a mi habitual ruido. Me paso con aquellos que se llamaron los neorrurales que, generalizaciones al margen, siempre me provocaron más rechazo que otra cosa. Eran aquellas personas, tengo la impresión de que cada vez hay menos, que abandonaban voluntariamente la ciudad y el entorno urbano y se empeñaban en tratar de demostrarnos al resto lo equivocados que estábamos y lo malas personas que éramos. Me pasa lo mismo que con los veganos. Mire, cada uno que coma lo que quiera, pero quien no saborea una de gambas no es mejor persona que un servidor, ni tampoco quienes se compran un híbrido quieren más el planeta.

Han vuelto, con traje que no sienta bien a quien está acostumbrado a no quitarse la corbata, con zapatos disparatados y, lo que es peor, con la superioridad moral de quien se siente ungido por la santidad de tener siempre la razón. Estos días asistimos a un desfile de políticos y cargos dispuestos a abrazar la bandera de un mundo que no les pertenece, que no es suyo por mucho que hayan nacido en un pueblo pequeño en una provincia mal comunicada. No son de allí, no pertenecen a ese mundo y, desde luego, no son nadie para dar lecciones a una gente de la que tenemos todos que aprender. Lo seguirán haciendo. Al tiempo.

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