El ejemplo de Francia

Nadie les ha engañado todavía inculcándoles que sus males los causa un lejano Estado opresor

Los españoles llevamos unos años sin tener suerte. Cuando los problemas causados por la pandemia parecían aliviarse, el nuevo conflicto de los indultos de los independentistas catalanes amenaza con convertirse en otra agónica situación inagotable. Otra vez las primeras planas de los periódicos llenas de lo mismo. Mientras que unos cuantos funcionarios del separatismo, que nunca aspiraron llegar a tanto, se ufanan de verse siempre como protagonistas de la noticia del día. Y todo eso va a persistir porque están bien pagados y cuentan con unos cuantos iluminados que los aplauden. Por otra parte, no es un trabajo que exija mucho, basta con una ocurrencia oportunista, despectiva e hiriente cada dos o tres días y conseguir un titular que circule. Pero este triste castigo que sufrimos los españoles aún se acrecienta más, cuando se mira más allá de los Pirineos y se leen los periódicos franceses. En el día 8 del pasado mes de abril la Asamblea Nacional aprobó una ley sobre enseñanza y uso, en Francia, de las lenguas regionales, que posteriormente, el 21 de mayo, fue sometida a una revisión por parte del Consejo Constitucional. Este matizó dos puntos, para recalcar que no se admite "inmersión" alguna en una lengua regional. El cultivo de lo propio está muy bien, siempre que no supere ni excluya ni una décima, ni un minuto, la lengua común, el francés, que es la única lengua admitida en los trámites administrativos oficiales. Pero aún sorprende más la acogida dispensada por la prensa a la nueva ley: figura en una perdida página interior, sin apenas comentarios, porque apenas interesa a nadie. Pues son pocos los que cobran por pregonar que son víctimas del centralismo jacobino. Imagínense, en España, lo que eso hubiera significado. Por descontado que, en Bretaña, la Provenza o en el País Vasco francés cultivan su lengua a voluntad y disfrutan de cuanto atañe a su cultura, pero sus carencias -que también las tienen- no se las achacan a los restantes franceses, denigrándolos y culpabilizándolos. Nadie, pues, les ha engañado todavía' inculcándoles que sus males los causa un lejano Estado opresor y prometiéndoles la redención feliz que depara el separatismo. Se siente envidia al contemplar esta madurez de la ciudanía francesa ante los infantiles cantos de sirena de las identidades regionales reinantes en España. Quizás la clave estribe en que ningún político francés ha tenido aún la desfachatez de montar un negocio, para ponerse rico, utilizando la lengua como arma de manipulación sentimental.

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