Antonio Carrasco

ancarrasco@huelvainformacion.es

Nuestro ecosistema social

Cuando dejamos el confinamiento vimos a la familia, fingimos que hacíamos deporte y nos fuimos a un bar. Ahora hay que ayudarles

El martes por la mañana marcharon por el centro de la capital onubense cientos de rostros conocidos para todos nosotros. No eran famosos ni televisivos personajes, eran nuestros hosteleros, profesionales y empresarios con caras familiares para cualquiera de los que pisa la calle a diario o en su tiempo de ocio con la familia un fin de semana. Entre los que recorrieron la Gran Vía desde El Punto a 12 de octubre para pedir un salvavidas al que aferrarse para no hundirse más todos seríamos capaces de dar al menos un nombre. Los más afortunados hasta pasan de la decena.

Hay un ejercicio sencillo cuando llegas a un país o una región diferente a los tuyos que ayuda a entender su idiosincrasia. Recorrer los mercados y bares de ciudades extrañas enseña mucho de su gente, te tira por tierra prejuicios y en enseña que en cualquier rincón en una barra o con una mesa que nos une todos nos parecemos más de lo imaginamos. Es una costumbre muy recomendable cuando se viaja.

Un elemento definitorio de cualquier pueblo es la forma de relacionarse entre sí. Habla de su carácter, de su cultura y hasta de sus valores. Da igual donde vayas. Por pequeña que sea una localidad tiene su bar (y además muy diferentes a las representaciones kitsch con las que nos imaginamos y decoramos por aquí a los que pretendemos ambientar como foráneos).

Somos lo que comemos y bebemos, pero fundamentalmente cómo y con quién. Son nuestras relaciones sociales las que nos definen como grupo, como tribu que necesita del contacto con el prójimo para su propia existencia. No somos nada sin nuestro entorno, donde ellos juegan un papel importante. Más allá de lo que tomamos, el bar de la esquina lo sentimos como nuestro, el restaurante de la cita familiar queda en el recuerdo o ese local donde disfrutamos del tiempo libre nos aporta vida. Es una parte esencial del ecosistema social. Solo hay que pensar qué hicimos cuando salimos del confinamiento. Después de ver a la familia y fingir que hacíamos deporte nos fuimos a un bar. Ahora hay que ayudarles.

La vacuna llegará en tres meses, seis o un año. Es evidente que sin cura ni escudo estamos abocados a soportar la caída hasta entonces. Solo cuando llegue emprenderemos la salida de este maldito agujero. Entonces tendremos mucho que celebrar. Aquí o en cualquier lugar del mundo. Lujosos o modestos, con mantel de tela o una modesta mesa de plástico, siempre los encontrarás y allí queremos que sigan todos. Ojalá no encontremos persianas bajadas.

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