por montera

Mariló Montero

El don de Javier

JAVIER tiene el don de percibir con una claridad extrema quién le quiere y de devolver ese cariño incrementándolo en cada caricia y abrazo que da. Deje que le hable de sus sueños. A sus veintitrés años, se sienta en el autobús y mira por la ventana mientras desea, con todas sus ansias, varias cosas; a saber: trabajar de albañil, pasar los fines de semana en la casa del campo dedicado al huerto, acompañar a su padre los domingos temprano cuando éste sale a cazar y que Íker Casillas le firme una camiseta.

Javier es pura fibra, aunque no ha pisado jamás un gimnasio y su apetito se puede calificar, sin temor a exagerar, de voraz. Pese a eso, no le sobra un átomo de grasa y sus brazos se definen con el volumen y la forma que muchos otros ansían, al igual que su abdomen, duro, tenaz, diría. ¿Y esto por qué? Pues mire, por los genes, imagino. Ha recibido esa herencia, nació con tal predisposición a quemar calorías y a no almacenar nada en un cuerpo que gasta con prodigalidad cuanta energía recibe.

Pero esos mismos genes, tan envidiados, traían otro encargo para su vida y la de su familia: el cromosoma 21 venía por triplicado, y eso es algo extraño, cuya causa aun se estudia pero que, fundamentalmente, hace que Javier tenga el llamado síndrome de Down. Cuando nació, a finales de los ochenta, esta condición todavía se percibía con un halo tenebroso, como si los padres se sintieran culpables de algo y, por lo tanto, se vieran en la obligación de ocultar a su hijo. Los padres de Javier vivieron la infancia de éste en continua pugna por la normalización, sobre todo la madre, que dio dos pasos adelante y asumió el síndrome de su hijo sin poner en duda jamás que sería escolarizado -incluso eso se dudaba-, que aprendería todo cuanto pudiera y que haría una vida normal hasta donde sus capacidades le permitieran. Es decir, lucharon por que se normalizara el entorno.

El pasado 21 de marzo, el 21 del mes número tres, ha tenido lugar al Día Mundial del Síndrome de Down, en clara alusión a ese cromosoma 21 que viene triplicado. Pero cuando las instituciones se han puesto al día, los padres de Javier ya llevaban muchos años de ventaja en esa pelea. Hoy, Javier no es nadie a quien haya que ocultar ni del que se avergüencen. De lunes a viernes, sube al autobús que lo lleva al colegio donde aprende, se enfada, se supera, se relaciona y sueña, cuando se sienta junto a la ventana, con todo lo que le he dicho al principio: la albañilería, el huerto, la caza y la camiseta de Íker Casillas. Pero fíjese: este último sueño es el más lejano… como para cualquier otro chico de su misma edad. Es un cazador de sueños, sí: del mismo modo que lo somos usted y yo.

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