Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Entre el dolor y la rabia

Las redes sociales volvieron a escupir basura en forma de insultos y reivindicaciones en un día que no lo merecía

He sido siempre un redactor de sucesos reciclado. Entre las miles de historias que he contado a lo largo de estos años, los crímenes han sido los que, sin duda, más me han marcado como profesional. Recuerdo cada escena de un asesinato, cada gesto, cada cara, las horas delante de un juzgado con una cámara que me permitiría hacer una sola foto porque no daba para más y los intentos por sacar algún dato que me ayudara a entender una actitud que, con el tiempo, me convencí de que era inabarcable.

Ayer regresé a Níjar, al mismo lugar donde asistí a alguno de aquellos caminos interminables que recorrí de la mano de Juan Sánchez, Miguel Cabrera y señalados por mi padre en todo esto, mi todavía llorado Antonio Jiménez, cuyas llamadas a horas intempestivas me llevaron hasta unas pedanías infinitas que han vuelto a mi recuerdo. Volví a imaginarme libreta en mano -lo siento, sigo siendo de los clásicos- y teléfono en ristre en eternas horas de espera y vi a compañeros trabajando en una historia cuyo final sobrecoge igual que me pasó a mí. A pesar de que trato de marcar una distancia más que razonable para que no me afecte en absoluto, ayer volví a sentir la misma rabia. Me acordé de la pequeña Montse Fajardo, asesinada a los siete años en el barrio de Piedras Redondas de Almería hace ya 16 años. Aquella niña, hoy se llama Gabriel y el infinito de la sinrazón más absoluta, de las mismas preguntas que uno no sabe responder, de dudas sobre la condición humana de alguien que es capaz de cercenar la vida de un ángel con tan pocos años, del dolor más inmenso que jamás puede imaginar, regresan a una memoria que permanece fresca, pero que todavía se agita con el horror en su máxima derivada.

Lo que no había entonces, era la basura interminable de unas redes sociales que, en apenas unos minutos, me revolvieron hasta la náusea; de quienes insultaban a la detenida por el hecho, quienes aprovechaban para atacar a las mujeres, o algunos cargos que se apuntaban de manera rastrera y miserable a la reivindicación de la prisión permanente revisable y que lo único que les puedo desear es un cese fulminante y una cadena perpetua en el oprobio.

Frente a ellos, vuelvo a reivindicar el papel de mis compañeros; profesionales de una información honesta y decente, de horas de trabajo y de honradez profesional. Tal vez sea lo único que eché de menos en un día como el de ayer.

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