Aquellos días de diciembre cuarenta y dos años atrás, si recordamos ahora, con preocupaciones tan intensas, incertidumbre inquietantes y expectativas dudosas, vivíamos unas jornadas jubilosas, esperanzadas, cuajadas de ilusión y una cierta emoción no exenta de preocupación y satisfactoria complacencia. La inmensa mayoría de los españoles - "el conjunto de los españoles" se dice ahora con esas expresiones absurdas que usan los políticos actuales - acabábamos de dar nuestro voto favorable a la nueva Constitución que consolidaba e instauraba un Estado de Derecho, una Monarquía Parlamentaria, las reglas del juego democrático que tanto deseábamos, que anhelábamos con un afán ya irrefrenable. Es cierto que no me gustaban algunas cosas del largo texto constitucional: la Ley electoral, el sistema de asignación de escaños, la desigualdad en el valor de los votos, distinto según el territorio, la ausencia de listas abiertas, la no separación plena de poderes y la ausencia de una absoluta independencia judicial, entre otras cuestiones de menor entidad. Pero no dudé en votarla. Era la fórmula para viabilizar e implantar una democracia que alentábamos desde hacía tantos años. Son ya inolvidables aquellas jornadas en las que la vida nos había cambiado de la manera más ilusionante con la que se iniciaban los años más esplendorosos de nuestra Historia. Un auténtico Pacto de Estado, forjado por españoles de derechas, de centro y de izquierda, presididos por el Rey Juan Carlos I, viabilizaba un nuevo régimen de libertades democráticas.

Mirando hacia atrás sin ira, contrariamente al título que se le dio en España a la obra teatral de John Osborne, Look back in anger (1956), una especie de chef d´oeuvre de los angry young men británicos, contemplamos un panorama placentero en general aunque difuso, con luces y sombras, sobresaltos continuos, años de plomo y terrorismo, no exentos de sospechas y temores, de un frustrado intento de golpe de Estado, abortado inteligentemente con la decisiva intervención del Rey y otra tragedia posterior, de dramático alcance, el 11-M, que dio lugar en unas elecciones de un cambio de gobierno, de un nuevo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, presidente por despecho y accidente y para desgracia del país, preludio de la desestabilización que hoy vivimos, más la llegada de un nuevo grupo político, de extrema izquierda radical, dispuesto a "asaltar los cielos" a costa de la concordia y convivencia pacífica de todos y de los logros de una transición cuyo espíritu no tiene fecha de caducidad, fomentando la división, subvirtiendo el compromiso de la España constitucional

Llegados al poder, auspiciando modelos políticos ajenos a la realidad democrática europea, contrarios a la Constitución, anteponiendo sus pretensiones ideológicas al interés de España, están poniendo en riesgo los principios de libertad y progreso que celebrábamos aquellos inolvidables días de diciembre…

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios