Como en 'Un día de furia'

Me acordé de cómo estamos pagando de nuestro bolsillo, por la cara, las pérdidas del año y pico de parón por el Covid

Hay dos cosas que me admiran de Michael Douglas. La primera es que, pese a ser hijo de su padre, su apellido, aquí en España (o al menos en Huelva) se pronuncia de forma diferente. O sea, que Kirk era Dugla mientras que el niño es Daglas. La segunda, que el actor llegara a ser, en su tiempo, una garantía de taquillazo en el cine, hiciera lo que hiciera. Hay, por ejemplo, una peli cuyo guion se basa en el simple hecho de que el protagonista tiene un mal día. Al hombre se le van acumulando desgracias desde que se levanta y, poco a poco, va cabreándose, cada vez más, hasta que llega la desmesura y la lía. A lo bestia. Con metralleta y todo. Fue un éxito, ya os digo, a pesar de que era más bien extraña. Supongo que, además de por la presencia del amigo Michael, porque en el fondo todos hemos tenido alguna vez la deliciosa fantasía de liarla parda en uno de esos días malos en los que parece que todo el mundo se ha vuelto contra nosotros. Ya no digo ponerse a pegar tiros (aunque a veces apetezca), sino, al menos, lanzar un par de gritos de los de quedarse uno tranquilo. Yo mismo, sin ir más lejos, ando últimamente en esa tesitura.

Veréis: lo de tomarse un tiempo de vacaciones está muy bien, pero también tiene sus daños colaterales, por ejemplo que si eres autónomo no cobras o que con eso de estar ocioso te paras más a pensar y caes en la cuenta de cosas, de detalles, que en la vorágine del día a día pasan prácticamente inadvertidos. De situaciones, noticias, declaraciones, impuestos, facturas, sucesos, decretos-ley o experiencias que, todas juntas, terminan por cabrearte. Se da la circunstancia de que, como en la peli de Michael Douglas, también ha habido un detonante. Los Gitanitos, en mi caso. Ocurrió el otro día. Metí la mano en la cajita, saqué uno y lo abrí, pero en esta ocasión, en vez de echármelo a la boca sin darle tiempo a respirar, como hago siempre, lo miré. Apenas 7 centímetros de Gitanito entre mis dedos, la mitad que hace un año y un 30% más caro, bastaron para desatar la tormenta. Todo se alborotó en mi cabeza hasta que explotaron, como en una olla express, el resto de ingredientes en tromba. Y me acordé de cómo estamos pagando de nuestro bolsillo, por la cara, las pérdidas del año y pico de parón por el Covid; del robo diario de la zona azul, de la cantidad de mierda que tiene mi ciudad y del recibo del IBI, todo a la vez; del impune crecimiento de las terrazas de algunos bares a costa de nuestras plazas y aceras; de que no soy capaz de llenar el depósito; de las niñas que malgastan su vida en Instagram, de los que las venden como si fueran objetos de escaparate y de los padres que lo permiten o se hacen los tontos; de la calle, cada vez más violenta e insensible; de las eternas promesas de políticos poltroneros y las excusas baratas de gobernantes apesebrados, de los agravios, de las mentiras… Igualito que en Un día de furia, solo que no tengo recortá ni la quiero. Eso sí: ojo porque tengo un zurriago y sé cómo usarlo. Como a Blas de Otero, todavía, por suerte, me queda la palabra.

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