Ayer fue para mí un día con densidad inusitada, que me dejó en el paladar del alma un sabor agridulce. Empezó con una niebla invasora, acompasada con el estado de ánimo que no me había dejado conciliar el sueño. El motivo fue la incertidumbre sobre la disponibilidad de las salas principales del Museo de Huelva para albergar la parte iberoamericana de la Colección Pública de Fotografía Alcobendas, una de las mejores de Europa, de la que ya he hablado en otro Surcos Nuevos. Con el avance del día empezaban los motivos de satisfacción, también de la mano del Otoño Cultural Iberoamericano. El primero estaba en el Centro de Recepción del Puerto de Huelva, que alberga la exposición del artista campesino colombiano José Ismael Manco Parra. Sus dibujos de gran formato, hechos con carbón vegetal, nos traen imágenes de personas y productos del campo de los altos páramos entre las sierras de Boyacá.

Los encuentros del artista con agricultores cooperativistas de Huelva y con alumnos de la Universidad han puesto cara a cara dos sistemas agrarios muy alejados entre sí -de alta tecnología uno y de ancestral tradición el otro- pero unidos, sin embargo, por la preocupación por la conservación del medio ambiente.

Continuaba el día viendo cómo culminaba en el Centro Cultural José Luis García Palacios el montaje de las fotografías de 9.671 kilómetros, con diez creadores onubenses y argentinos que consiguen anular la distancia ente continentes para ofrecernos visiones convergentes de la realidad de unas sociedades que comparten problemas y esperanzas. Por la noche, el público que llenaba la sala certificaba con sus aplausos el éxito de la muestra. En la tarde, la noticia esperada y deseada: terminaba felizmente un largo proceso de conversaciones con la Consejería de Cultura andaluza, que abría las salas reina del Museo a las fotografías de Alcobendas, en prueba de que el diálogo entre las administraciones públicas y la sociedad civil puede producir frutos espléndidos, pese a partir de posiciones encontradas.

Termina el día con una nota amarga para los amantes de la cultura. La hermosa fachada azul de la Librería Saltés lucía sobre la puerta de entrada un letrero inquietante: "Se vende por jubilación". La internauta Vanessa la llamaba "lugar mágico donde cada rincón huele a historia, a letras, a fantasía… Un sitio para llevar en el alma". Hoy muchos tememos por su destino.

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