Decían por la radio el otro día que un famoso club de fútbol iba a despedir a su entrenador. Parece que el pobrecillo no lo estaba haciendo muy bien o que tenía a los hados en su contra. Lo cierto -decían- es que se planteaban rescindir su contrato y compensarle con trece millones de euros. Yo volvía a casa conduciendo desde el trabajo. Ya era bien tarde y el tráfico era aún muy denso: probablemente se sumaban los que volvían a casa tarde, como yo, con los que, ya almorzados, se encaminaban al turno de tarde. Seguramente en mi casa, por las horas, ya habrían comido también y encontraría sobre el mantel mi plato tapado con otro plato, mi vaso, mi servilleta y mis cubiertos. No había avisado de que iba a llegar tarde porque, muchas veces, no me alcanza el tiempo ni para hacerlo.

Trece millones de euros. Esos trece millones, con todas sus brillantes monedas de un euro, me rebotaban dentro de la cabeza mientras el semáforo volvía a ponerse en ámbar. Trece millones por dejar de trabajar, para una persona que, con toda certeza, volvería a hacerlo pronto o que, sin duda, aunque no volviera a trabajar más en su vida, nunca llegaría a pasar ningún tipo de necesidad. Volvía de una durísima mañana de trabajo en la que todo mi equipo y yo habíamos vuelto a quebrarnos la cabeza, como cada día, para pagar todos los gastos de nuestra Universidad, conseguir que doce mil estudiantes reciban una docencia de calidad y que puedan hacer sus prácticas profesionales del mejor modo, pagar dos mil nóminas, mantener todos los edificios a pesar de su obsolescencia y sus goteras, digitalizar nuestro funcionamiento, sostener los proyectos de investigación y los laboratorios, pagar la limpieza, la jardinería y la seguridad, comprar libros, ofrecer deporte y cultura para todos, atender a los estudiantes internacionales, hacer cooperación académica, cuidar de la igualdad y de las diversidades funcionales… Podría seguir, pero da lo mismo: algo funciona muy mal en este mundo. Será legal que alguien cobre trece millones de euros por dejar de trabajar -no lo dudo-, pero es moralmente obsceno que, al mismo tiempo, una Universidad -el templo de la docencia, la investigación y la innovación- solo disponga de seis veces la misma cantidad para funcionar durante los trescientos sesenta y cinco días del año.

Parece que al final el famoso entrenador no será despedido. No cobrará los aludidos trece millones por dejar de trabajar y podrá seguir haciéndolo -independientemente de sus resultados- a cambio de su sueldo habitual: unos nueve millones de euros al año. Así que ahora, mientras voy de mi casa al trabajo, vuelvo a pensar en todo lo que podría hacerse en mi Universidad con nueve millones más al año. Y, mientras tanto, casi sin darme cuenta, sin apenas haber avanzado, veo que el semáforo ya se ha puesto en rojo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios