La otra orilla

MARi ÁNGELES PASTOR

Qué democracia

Es rotundamente falso que la democracia haya salido reforzada después del asalto al Capitolio. Tampoco se habrá pasado página cuando, dentro de diez días, el histriónico y peligroso señor que vive en la Casa Blanca salga por fin de allí: el trumpismo y otros neofascismos similares tienen por delante un largo recorrido. Hay que defender la democracia, claro que sí, hay que fortalecerla, pero no este sucedáneo al que llamamos con ese nombre.

En la historia de las ideas, democracia y capitalismo son como el agua y el aceite: la democracia subvierte el sistema social que necesita el capitalismo. El sufragio universal es una bomba en los cimientos de una sociedad dividida en clases sociales donde, según las reglas del liberalismo, solo una minoría debe ejercer el poder económico y político. La solución ha consistido en separar ambos poderes: los que de verdad mandan no se presentan a las elecciones, les basta con controlar los medios de producción y diseñar la estrategia cultural y de consumo para las clases trabajadoras.

Se me perdonará el simplismo del relato, que por supuesto admite y precisa muchos matices, pero es útil para explicar cómo funcionan las democracias realmente existentes, normalizadas, en nuestra época. A través de sucesivos pactos políticos y sociales se han ido integrando las contradicciones, las chispas que iban saltando, hasta llegar a lo que algunos autores llaman plutocracia liberal. Pero tras varias e inesperadas crisis los viejos equilibrios se han roto. Este sistema es lo que ahora está en cuestión, y se abre un nuevo periodo, una transición hacia algo distinto, que es lo que estamos viviendo. Desde ese proceso de cambio hay que hacer la lectura de lo ocurrido en EEUU.

No sabemos si la forma de gobierno que emerja será democrática o no será. La democracia es un proyecto político débil, sin anclaje alguno en la fuerza: esa es justamente su grandeza. Desde luego, nada más lejos de la turba que invadió el Capitolio, pero ojo: nada más lejos de la precariedad generalizada, de las desigualdades sangrantes, de los muertos en el Mediterráneo, de la ausencia de futuro para los jóvenes... La defensa de la democracia que necesitamos tiene que ver con los derechos de los otros, particularmente de los que nunca aparecen en pantalla, los que no cuentan. Solo desde la justicia para esos otros y otras, "iguales en dignidad y derechos", puede construirse una democracia de verdad.

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