No puedo dejar de pensar en Andrea, Sara y Daniel. Han pasado tres días del accidente y en mi cabeza siguen presentes cada uno de los párrafos que han llenado las páginas de Huelva Información hablando de la triste noticia que ha sacudido la ciudad. No los conocía personalmente, pero no me ha hecho falta para sentirme rota. A través de los testimonios de sus profesores, de sus compañeros y de sus seres queridos hemos sido testigos, tanto periodistas como ciudadanos, del dolor tan grande que se puede experimentar al despedir a personas tan jóvenes y tan llenas de vida como ellos. Muchos pensarán que los medios de comunicación, y en este caso hablo de primera mano, por la parte que me toca, reaccionan de manera frívola ante estos sucesos. Se nos dibuja como una especie de robots, que ni sienten ni padecen. Se nos señala y nos acusan (no todos, por suerte) de inmorales por querer acercarnos a contar lo que pasa. Por mostrar la cara, no siempre amable, de lo que acontece en nuestro entorno. Y se olvidan de que, además de hacer nuestro trabajo, por lo que nos pagan un sueldo, en más ocasiones de las que nos gustaría, tenemos que ponernos una capa de superhéroes para pelear, no sólo contra la crudeza de lo que nos toca "cubrir", sino para sobreponernos a los malos comentarios. Es cierto que todos sufren ante una tragedia tan grande. Ni que decir tiene que nosotros no somos conscientes, ni por asomo, del desgarro que vivirán los padres y hermanos de las víctimas. Pero lo que sí sabemos es que la ética, la verdad y el respeto son lo primero. Y bajo esa premisa trabajamos. Estos días en la redacción de este periódico se ha trabajado a destajo, literalmente, para acercar a toda la ciudadanía de Huelva la desgracia que ha pasado en una vivienda de la calle Villanueva de los Castillejos. Algunos sin comer ni descansar hemos tecleado, llamado por teléfono, escrito y contactado hasta la saciedad con el único fin de realizar una labor de servicio e informar, con respeto y prudencia, de lo acontecido. Y aunque me siguen entrando escalofríos al pensar que estos chicos, por desgracia del destino, ya no podrán ejercer su gran pasión, me alegra darme cuenta de que por ejercer la mía, hoy el periódico de mi ciudad habla de ellos con orgullo, veracidad y, sobre todo, con la profesionalidad que se merecen. Sigo estando triste porque podrían haber sido de mi entorno o incluso yo misma. Porque nadie se espera que una celebración acabe en eso. Porque la vida, a veces, es absurda y asquerosamente injusta. Vayan estas líneas por ellos, porque también marcarán para siempre este periódico.

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