El curso de nunca empezar

Como todos sus compañeros había deseado que la vuelta a las aulas se pareciera lo más posible a la vieja normalidad

E L compañero de física le contó el último chascarrillo sobre el niño de Schrödinger, que va y no va al colegio y está expuesto al virus, pero no lo está. Justo lo que quiere la ministra, reía, y también sus padres podrán ir al trabajo y quedarse en casa a la vez. Qué bien para los profes, dijo él, que así daremos y no daremos clase… El humor era en los últimos tiempos una forma de acompañarse colectivamente. Y sí, el principio de incertidumbre debería sostener la próxima ley educativa, que seguro que antes de jubilarse le caería alguna más. Con la pegajosa perplejidad ante el puñetero niño cuántico, terminó de preparar la clase que tendría solo con la mitad de sus alumnos de 4ª. Todavía no sabía muy bien cómo encajar lo de la semipresencialidad. Y eso que en su profesión uno se acostumbra a torear lo imprevisible: nunca se sabía cuándo un curso se encasquillaba con las ecuaciones, o cuándo esa chica tímida que parecía impermeable, de repente juntaba los cables y avanzaba en el aprendizaje y en la autoestima como un cohete. Pero al menos la organización del centro, las programaciones o los recursos estaban claros desde el principio. Ahora había que lidiar con instrucciones casi diarias de la Consejería, que el equipo directivo digería trabajando a destajo y con la sensación de que cada vez quedaban más cosas pendientes. A su amigo Miguel le habían endilgado el cargo de coordinador Covid, menudo papelón.

Como todos sus compañeros había deseado fervientemente que la vuelta a las aulas se pareciera lo más posible a la vieja normalidad. Ya sabía que este curso no sería posible. Pero si algo lo alteraba hasta el punto del enfado y el hastío, era que solo escuchaba hablar de objetivos como "mantener a raya el covid", "asegurar la máxima presencialidad"… Nada que ayudara a tender puentes por encima de las brechas, a encarnar las tareas y proyectos en lo que de verdad los alumnos vivían, a convertir los resultados que debían incluir en el programa Séneca, en otros más útiles pero menos tangibles: quizás asentar un hábito, sentirse implicados mutuamente, descubrir un talento… Nada, en fin, que los animara en medio de este caos. Aprender no es más que descubrir que algo es posible. Aquella frase que le gustaba tanto vino a salvarlo de sus cavilaciones infructuosas. Había guardado el cuaderno de clase del curso pasado para que nunca se le olvidara. Y ahora, estrenando el nuevo, se encaminó al aula dispuesto a pisar la realidad.

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