La cuota de responsabilidad

Son muchas las ocasiones en las que existe una cierta capacidad para mejorar condiciones

Hay personas a las que les cuesta delegar hasta el punto de que llegan a hacer muchas tareas que podrían haber sido ejecutadas por otras sin ninguna dificultad. Pretenden de esa forma mantener un control que, al no ser ilimitado, les lleva a desajustes que afectan negativamente a su bienestar. Por ello, teniendo en cuenta que no podemos atender todo ni conocer cualquier tema, es muy sensato saber qué asuntos y a quién o a qué hemos de derivar algunos quehaceres y decisiones. En este hecho se sustenta, entre otras cosas, la conveniencia de una democracia representativa frente a una asamblearia o la necesidad de que la formación de los jóvenes sea proporcionada por expertos en sus respectivos campos. Pero a fuerza de asentarse esta idea, por su diáfana evidencia, con frecuencia se producen delegaciones con un marcado carácter absoluto, como si a nivel personal o colectivo no correspondiera ningún compromiso. Tal posición extrema suele ser un error pues son muchas las ocasiones en las que existe una cierta capacidad para intervenir o contribuir en la mejora de determinadas condiciones. Por supuesto, funcionar de ese modo es cómodo y tiene, además, la ventaja de dejar la conciencia tranquila. Estupendo, pues; pero ese desahogo tiene su lado perjudicial, pues es germen y soporte de muchos problemas y de situaciones que son pero que no debieran ser. Todo este discurrir viene a raíz del caso de Diana Quer, quien, desgraciadamente, ha sido localizada sin vida. Comprensiblemente, desde su desaparición, su familia habrá sufrido un dolor inmenso que, seguro, le continuará hasta no se sabe cuándo, si es que algún día se acaba. Pero lo penoso en esta situación es que ese dolor se ha visto acompañado de una ingente cantidad de porquería esparcida desde programas basura, cuyo repugnante objetivo era lucrarse económicamente a costa de una desdicha para alimentar y satisfacer el voraz morbo de una cierta clase de televidentes, sacando supuestos trapos sucios del entorno familiar, cuantos más mejor para conseguir mayores índices de audiencia. Eso era lo importante; lo demás, era considerado simplemente como daños colaterales. Algunos dirán que esa clase de espacios es responsabilidad de las cadenas televisivas que los programan; cierto, pero sólo en parte, porque si éstas los emiten es porque hay quienes los siguen, proporcionándoles beneficios. Por tanto, si muchos, desde su cuota de responsabilidad, simplemente cambiaran de canal, se darían menos esas asquerosas realidades.

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