Cuánto cuesta la vida de Josué

"Han tenido la mala pata de ponerse malos en el peor momento o de la peor forma. Son enfermos sin cobertura"

Se llama Josué, es de Huelva y tiene 26 años. Y un hijo. Lo contaba Alberto Ruiz hace unos días en este mismo periódico. Tuvo hace algo más de tres meses un accidente de tráfico que lo dejó en coma para terminar despertando en una pesadilla. Conserva algo de consciencia, no puede hablar y solo mueve ligeramente la mano y el pie derechos. En lugar de estar llevando al cole a su hijo o jugando a la pelota o leyéndole un cuento, su día a día transcurre en una cama, con tubos en los brazos, en el estómago, en la garganta y en la nariz. Está ahí al lado, en el Juan Ramón. Tiene una lesión axonal difusa de grado 2 en el lado derecho del cerebro. Suena mal, pero resulta que puede curarse, o casi. Así, más o menos, se lo dijeron a sus padres: "podéis curar a vuestro hijo, aunque no podéis pagarlo", porque resulta que el tratamiento no está cubierto por la Seguridad Social y sale a casi 10.000 euros al mes. El plazo, un año. 120.000 euros, redondeando. Así que esos padres, que andarán ahora con un regusto amargo, como un astronauta que se queda en tierra mirando el despegue de su nave, se han quedado desamparados y no les ha quedado otra que recurrir a la solidaridad de sus vecinos. Tienen que pedir dinero, igual que tantos otros enfermos que, como Josué, han tenido la mala pata de ponerse malos en el peor momento o de la peor forma posible. Son enfermos sin cobertura.

Que Josué vuelva a vivir cuesta 120.000 euros. Para que se hagan una idea, es menos de lo que cobran en subvenciones CADA DÍA los partidos políticos del Congreso, casi lo que trincó en donaciones el marido de Cospedal y 140 veces menos que la subvención estatal a los sindicatos. Con el gasto del Gobierno en sus nuevos coches oficiales con etiqueta Eco, que hay que cuidar el medio ambiente, podrían pagarse casi 900 tratamientos como el de Josué. Fíjense cómo es la cosa, que con ese dinero los de la Faffe hubieran podido ir tan solo a diez puticlús. Ya, ya sé que la comparación es demagógica, que es un discurso fácil. Pero no puedo dejar de preguntarme hasta qué punto los gobiernos, los políticos en general, están alejados de la realidad de las personas a las que representan. Por qué Franco, la cuota del catalán en Netflix, el libro de Cayetana, la ambición de Ayuso, la inoportuna boca de Juan Marín o el queroseno que calza el Falcon del presidente son más importantes que la situación de los padres de Josué. Cuáles son sus prioridades. Porque un de verdad no es una tesis plagiada, sino tener que pagarse uno mismo la investigación para tu hija con síndrome de Rett, padecer ELA y no tener dinero para darte una vida medianamente digna o tener que dejar el trabajo porque no puedes dejar solo a tu padre con Alzheimer. A veces pienso que, si tuviera a mano, yo qué sé, a un presidente del Gobierno, le preguntaría si no le parece muy triste (si es que lo sabe) que muchas personas tengan que andar mendigando taponcitos de plásticos para reciclarlos y poder pagarse el medicamento o la silla de ruedas que necesitan. Si le parece que eso es normal. Y si no le da vergüenza.

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