silla de palco

Antonio Mancheño /

El costal de Dios

No voy a adoctrinar a nadie, ni siquiera citaré los textos y cartas pastorales ni las exégesis sobre la mal llamada religiosidad popular. Me limito a comentar en voz alta, muy alta, el mayúsculo error que supone aceptar el propósito, en la forma y el fondo, de los aficionados al costal.

Deduzco, por cuanto leo en la Tertulia el Aguaó, que prima la tendencia al reconocimiento del colectivo costalero en una sucesión de causa a efecto, por la sola ecuación de ejercer el oficio de la trabajadera, no como devoción, sino y en todo caso, como el deseo imperante de una afición más.

Cuenta Eduardo Sugrañes, en consonancia con el significado cuaresmal y el hecho cierto de la celebración pasionista en su versión más íntima, que los llamados a esta conmemoración andan por otros roles más profanos, semejantes al fútbol, el Carnaval, los toros, la petanca, el ciclismo, las bolas, el rafting o, las carreras de caballo. A más de otras adiciones de tipo cultural, científicas, aerodinámicas, teatrales o, simplemente, circenses. Y, según creo, acierta.

Jesús de Nazaret no puede ser una afición. Sería una farsa. El signo de su amor y su palabra está bañado en sangre y avalado por la promesa de eternidad. Vivir en Cristo es, ni más ni menos, la misión del cofrade, del hermano que se entrega al hermano en comunión con el crucificado. ¿Se entiende?

Esa intensa lección de catequesis en la calle, ese mostrar a Dios en la vía dolorosa de nuestro caminar, supone la identificación cofrade con un estilo de vida. Manda la tradición de la iglesia a través de los siglos, su mayoría de edad, reconocida en el Vaticano II, su identificación con el proyecto del Mesías y el testimonio cristiano frente al mensaje laicista.

Aquellos que tienen ese gran privilegio no pueden ser, únicamente, técnicos en la difícil hora de mostrarnos la sangre del crucificado en los pasos de misterio o el dolor de la Madre en la perfecta arquitectura de un palio. Entre lo meramente mundano y lo devocional media todo un océano.

Si un costalero no sabe porqué ni para qué lleva sobre su espalda al Rabí, si no es consciente de la misión que desempeña, si no se siente unido al espíritu que inmola la Pascua y ni conoce y ni comparte el martirio, la muerte y la resurrección de Cristo, entonces mejor es que se dedique a contemplar el vuelo de los pájaros. Jesús se inmola y muere para sellar con sangre la nueva alianza con él, para dotar de sentido salvífico a la comunidad humana. La estética, en el conjunto de la representación pasionista, es el modo exterior en que se manifiestan los usos y costumbres de un pueblo. El hecho de asumir la Redención, según el alma andaluza. El duelo de la cruz en su imaginería.

Como afirma el antropólogo Rodríguez Becerra, si una hermandad no tiene su epicentro en la fe, sería igual que una peña taurina o una tertulia astrológica. Oído, costaleros.

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