La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

El consenso es imposible

Casado y Sánchez se atribuyen a sí mismos el patriotismo con la misma intensidad con que excluyen y deslegitiman al otro

El consenso entre los grandes partidos nacionales para resolver los grandes problemas nacionales será imposible mientras los dirijan sus actuales líderes. Lo que falla en España es el material humano que ha de construir acuerdos y pactos. Son sectarios a más no poder, se autoatribuyen el patriotismo con la misma intensidad con que se lo niegan al adversario y cada uno de ellos sólo concibe el interés de España como el interés de su España.

A la hora de enfocar los conflictos, Pablo Casado no tiene otra guía que la pretendida ilegitimidad del Gobierno socialcomunista, al que hay que desalojar de la Moncloa mientras más pronto mejor. Casado mira las encuestas momentáneamente favorables y, con el rabillo del ojo, a sus competidores de Vox, con los que tendría que gobernar si ganara las elecciones. Es lo que le impide reconocer los éxitos de Pedro Sánchez, por ejemplo en la crisis de Afganistán, y le lleva a aprovechar en beneficio propio sus fracasos; por ejemplo, la devolución irregular de los menores en Ceuta. Ha tenido que ser un dirigente local, el presidente ceutí, el que restablezca la posición tradicional del PP: combatir la inmigración irregular, pero respetando la ley. Lo que no ha hecho Marlaska.

En cuanto a Pedro Sánchez, no ha habido un presidente democrático menos propicio a la concertación y más irresponsable en su trato con la oposición. Buscar el consenso, en su caso, significa exigirle a la oposición que diga amén a todas las actuaciones del Gobierno y firme debajo de lo que él haya previamente decidido. Todo lo que no sea eso le parece que es no arrimar el hombro y crispar. Cree normal no rendir cuentas de su gestión ante el Congreso de los Diputados, se reserva el monopolio de las buenas noticias para Su Persona y para defender las malas manda a los ministros, cuando la responsabilidad máxima es enteramente suya. Disfruta al máximo de los privilegios del poder y rehuye sus servidumbres. Convierte su necesidad imperiosa de garantizarse el apoyo parlamentario de los independentistas catalanes con la presunta necesidad de España de reinventarse para que no vuelvan a intentar cargarse la democracia y la unidad nacional en favor de una casta de ricos insolidarios.

Mientras unos piensen que los otros trabajan por la destrucción del país y los otros consideren a los unos una panda de corruptos defensores a ultranza del capitalismo antisocial, todos serán enemigos y no adversarios. Habrá treguas entre ellos, pero no paz. El consenso nacional es imposible.

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