El conflicto es muy rentable. Una sociedad enfrentada es mucho más fácil de domesticar, mucho más fácil de encajar en las encuestas, sin matices, sin grises, sin difuminados. Eso lo saben los dirigentes. Y no me refiero sólo a la clase política. Por eso nos tienen así. Porque nos quieren así. El conflicto catalán no es más que un medio, la herramienta que ahora usan para alimentar el conflicto. Si no hubiera un conflicto que alimentar allí lo buscarían en otra parte. Ya lo han hecho, no hace falta que ponga ejemplos. Y lo harán mañana. Sin duda.

En poco años este país se ha desgajado por la mitad, las conversaciones en los bares, en las comidas familiares, en el trabajo, se han convertido en un campo de minas. Hay temas que no se sacan para no perder los nervios ni los amigos. No hay debate: hay choque de ideas. De cualquier discusión la gente sale con las mismas convicciones con las que entró, incluso reforzado, crecido. Dispuesto al siguiente enfrentamiento. Sólo hay blanco o negro. Pero sólo hay que detenerse unos segundos para comprender que sin los grises es complicado entender el mundo.

El problema es que en estas dinámicas se entra fácil, cuatro argumentos, un par de vídeos, nuestro político de cabecera dando un par de voces, y ya estamos preparados para el conflicto. Pero no se sale tan fácil, a veces la travesía se llena de desencuentros, incluso de cadáveres, eso lo sabemos en este país. Eso lo saben en muchos países. Nadie piensa que nuestras ideas, tan recias y convincentes, puedan llegar tan lejos. Pero llegan. Y cuesta volver a la cordura, a los grises, al diálogo y la confrontación permeable de ideas.

Lo de Cataluña está ya lejos. Desde donde estamos ya unos y otros va a costar mucho retornar a la convivencia. Podemos ir más lejos. De hecho muchos parecen dispuestos a ir mucho más lejos. Pero recordemos: luego hay que volver: compartimos un mismo espacio, con o sin fronteras, somos vecinos, amigos, familiares. No queremos ir la guerra, supongo. Al menos la mayoría. Pero tampoco deberíamos seguir alimentando el conflicto.

Ya he dicho que lo de Cataluña es la excusa. Nos dejamos manipular con demasiada alegría, pero las consecuencias pueden no ser tan alegres. Es el momento de pensar, de parar la escalada, de atender a los argumentos del contrario, de reconocer los grises, los matices. La simplificación del discurso político va justo en dirección contraria a una sociedad moderna, abierta, tolerante. ¿Es lo que queremos?

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