Asombroso e indignante a veces resulta la actitud de quienes invocan, proclaman y se desgañitan insistiendo en el diálogo, cuando son incapaces de apartarse un ápice de sus posiciones e imponen su intransigencia por encima de un razonamiento democrático basado indeclinablemente en el cumplimiento exacto de la Constitución. Todas las trampas, todas las añagazas, todos los artificios, ardides, mentiras y falseamientos históricos y legales, urdidos por quienes pretenden quebrar la unidad del país, quedan anulados en un Estado de Derecho como es España.

En este galimatías esperpéntico surgido tras la institución de un extraño personaje como árbitro -o lo que sea, se han usado acepciones verdaderamente ridículas- de un presunto conflicto entre el Gobierno español y el Gobierno regional de Cataluña, que no es más que una imposición del Sr. Torra, que el Sr. Sánchez ha aceptado para seguir gobernando, ha conseguido incrementar el alto grado de desconcierto y convulsión que vivimos. Trasciende del ámbito político cuando se pone en juego el lugar donde debe situarse el debate, Felipe González ha sido bastante explícito al afirmar que la mesa de partidos pactada entre Sánchez y la Generalitat "degrada institucionalmente el valor del Parlamento" y se ha mostrado muy claro con el actual Ejecutivo de su partido al asegurar que "no necesitamos relatores". No le ha ido a la zaga Alfonso Guerra cuando acusaba al Gobierno de estar "calcinando la democracia al atender a un grupo de salteadores de la nación. Por todas estas razones me siento liberado para sugerir acuerdos sensatos entre demócratas".

Y al no haber sensatez es imposible el acuerdo, al menos si se quiere mantener un mínimo de dignidad. El mal viene de lejos: las concesiones de González y Aznar por el poder, la atolondrada incompetencia de Zapatero, la debilidad de Rajoy y la nefasta insensatez de Sánchez, han ido incubando ese huevo de la serpiente que estalló el 27-10-2017 con la fugaz proclamación de la llamada República Independentista de Cataluña. Desde entonces un talibanismo nacionalista ha ido desarrollándose desmesuradamente en lo ciudadano, en lo cultural, en lo social y en lo político, que desde el adoctrinamiento en las escuelas hasta el fanatismo en muchos estratos colectivos, han provocado la grave situación que ahora vive España. No se puede admitir la infamia propuesta por el impresentable Torra, esos 21 puntos de absoluta indignidad. Pero no caben supercherías: el 80% de los españoles opina que los líderes del proceso independentista catalán violaron la ley. El mismo porcentaje que pide elecciones. Ha quedado invalidada esa coartada sempiterna de las izquierdas que atribuyen a las derechas todas las maldades. La España del domingo en la Plaza de Colón no es en blanco y negro. Es en color. El color de la reivindicación de la libertad, la Constitución y la indisoluble unidad de España.

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