SE dan en la vida diaria de muchos colectivos, pero donde más evidentes se hacen es en el mundo de la política. Los codazos bobos. Lo de bobos lo piensan los demás, porque los autores de los codazos, muchos de ellos con una refinadísima técnica, perfeccionada a lo largo de los años, incluso piensan que el resto del universo no se ha dado cuenta. Pero lo piensan porque son bobos, igual que sus codazos.

No me estoy refiriendo -porque entrar en eso daría para muchas páginas- a esos codazos del día a día, que consisten en dejar caer una maldad o un prejuicio interesado sobre alguien que piensas que te estorba, sino que hablo del codazo físico, acompañado generalmente por un leve, a veces no tan leve, empujoncito con el hombro para desplazar a otro físicamente del espacio que el bobo quiere ocupar. Y casi siempre lo consigue, porque aquí no hay árbitro que pite la falta y expulse al fullero.

Esto se hace mucho, por ejemplo, a la hora de fotografiarse junto al líder, porque lo que piensa el bobo es que su presencia al lado del que manda, recogida para la posteridad por un periódico o una cámara de televisión, le hace a él copartícipe del poder que el otro ejerce. De forma que amigos, vecinos y familiares pensarán que, apareciendo al lado del jefe, él también tiene algo de jefe.

Fíjense ustedes cuando un líder político está haciendo unas declaraciones, más o menos improvisadas, a la televisión, en que detrás de él, en muchos casos haciendo increíbles y peligrosos esguinces de cuello, aparece una cara boba, con sonrisa boba, y que suele hacer expresivos movimientos afirmativos de cabeza, poniendo así de manifiesto su pública complicidad con las palabras del jefe.

Lo que pasa es que, previo a esos momentos de efímera gloria, el bobo ha tenido que sostener una reñida batalla con otros sujetos de su misma subespecie, que pretendían disputarle su espacio de honor dudoso. Pero no importa si la foto o la toma son buenas, aunque en ocasiones -lo digo en serio- tenga que sufrir durante días las secuelas de unas costillas doloridas. Pero lo importante es estar ahí, con su cabeza al lado de la cabeza del otro, con su cara arrebatada de primitiva satisfacción.

Esos momentos de efímera gloria le compensan al bobo de sus esperas prolongadas para colocarse en el mejor sitio, de sus patéticas carrerillas para ocupar un buen lugar y hasta de sus pies doloridos por los pisotones de sus coleguillas y competidores. Todo eso queda olvidado después, cuando se ve en la foto del periódico o se contempla arrobado en la pantalla de la tele, compartiendo bobaliconamente la aureola del líder. Por eso habrán valido la pena sus codazos bobos.

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