Antonio Carrasco

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La cocacola zero es para mi

Vivimos en una sociedad que mantiene anclados muchos micromachismos que a veces nos pasan desapercibidos

Una escena común, repetida con mucha frecuencia. Un bar, restaurante o terraza. Da igual que sea de Huelva, Sevilla o Madrid. En cualquier sitio el resultado es el mismo. Llega el camarero a tomar la bebida. Mi pareja pide un vino, una cocacola normal o lo que le apetezca en ese momento. Como soy cuadriculado y de gustos fijos no me muevo de mi refresco de cabecera: cocacola zero. Cuando se retira nos miramos, sonreímos y anticipamos el movimiento. ¿Volverá a pasar? Siempre pasa. Cuando llegan las bebidas a ella le colocan la cocacola zero y a mi lo que quiera que haya pedido ella. Parece asumido que la bebida sin azúcar deba ser femenina. Mire usted, no. Si la he pedido yo es porque me la voy a beber yo. Entre otras cosas porque no tengo por qué pedir en su nombre. Es una anécdota recurrente que nos tomamos a broma de primeras pero tras la que siempre reflexionamos sobre lo mismo. Nuestra sociedad mantiene todavía demasiadas reminiscencias machistas que vamos a tardar mucho en superar.

Si analizamos nuestro día a día descubriremos muchas escenas similares. Si pides que te calienten la comida del niño ten por seguro que el potito humeante lo van a poner igualmente delante de la madre. Pero es que si vas a una tienda todavía siguen anclados esos anacronismos por colores que imponen lo que es de niño o es de niña. Reservas un billete de avión para los tres y el del bebé te lo asignan de forma automática a la madre. En los catálogos de juguetes seguimos viendo distinciones en los modelos que acompañan cada cual. En muchos centros comerciales o establecimientos todavía están los cambiadores en los baños femeninos… Y así podríamos seguir con esos pequeños detalles que tenemos que superar.

Nos queda mucho por hacer todavía en el terreno de la igualdad efectiva. Hay mil y un detalles tan arraigados en nuestro diario que casi los tomamos por normal, como un rutina. Vivimos en una sociedad plagada de microprejuicios y micromachismos que nos van a durar todavía una generación. Es cierto que ha avanzado una barbaridad en las últimas décadas. Si miramos hacia atrás a la España en la que crecieron nuestros padres y la comparamos con la que encontramos nosotros podemos comprobar un salto abismal. El tramo que nos queda es nuestra responsabilidad.

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