He conocido todas las salas que un día fueron escenarios en la fascinación de un niño crecido entre sus focos y pantallas, entre los patios de butacas del Rábida, el Gran Teatro, el Oriente, el Palacio del Cine, el Odiel y el Fantaseo o en las terrazas estivales, donde las voces del intérprete se fundían con el chasquido de las pipas de girasol y el aplauso al muchachito cuando desenfundaba más rápido que el malo.

Aquellos años de postguerra se alimentaban de emblemas tributarios a una nación desangrada, de grandes cartelones anunciando el incipiente estreno de la sesión vermut a mediodía, y de los pataleos originados por los notas de gallinero.

De aquella época son las raíces de los primeros escarceos con Kanbainá, Fumanchú, La Policía Montada del Canadá, Tom Mix, Los peligros de Nioka, Tarzán, el perro Rintintín y la espera del siguiente capítulo, ya que entonces habían descubierto el chollo de las series bajo el subtítulo de "continuará".

Luego llegó la racha del coloretemade in Spain, donde los paisajes de fondo eran de cartón piedra y los personajes, actores autodidactas que iniciaron una etapa basada en una especie de neorrealismo italiano e interpretación personalista.

De allí, Manuel Riquelme, Manolo Morán, Pepe Isbert, Toni Leblanc, Fernando Fernán Gómez, la Caba Alba, los Gutiérrez Caba, Florinda Chico, José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, Paco Rabal, Agustín González, Fernando Rey... Todo un elenco de primeras figuras.

Mientras, la industria americana inició su escalada y fue mermando el débil desarrollo de la nuestra, no hubo vuelta de hoja.

Seguí la estela de Casablanca, Solo ante el peligro, La diligencia, Lo que el viento se llevó, Doce hombres sin piedad, Matar a un ruiseñor, Ok corral, Cantando bajo la lluvia, El puente sobre el río Kuai, Testigo de cargo... y salvo raras excepciones de otros films europeos, decidí apoyarme en los yankis.

Hace ya veinte años que adapté una de mis pasiones favoritas a la televisión y sus innumerables canales, desde entonces desaparecidas las "salas" que forjaron mis sueños y me hicieron feliz, no he vuelto a pisarlas.

En el ciclo Conversaciones en Salamanca, Juan Antonio Bardem (postguerra) expuso la situación con dureza: el cine español actual (visionaba un periodo de 30 años) es, políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico.

Siento coincidir con él y creo que también, Goya.

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