Los ciclos de la política

En política brillan por su ausencia la inteligencia, la altura de miras, la prudencia y la sabiduría

La experiencia acumulada con el transcurso de los años permite comparar circunstancias y épocas del presente con las del pasado, con lo cual podemos llegar a conclusiones del tipo de si ahora estamos mejor o peor. En este sentido hay quienes se inclinan siempre o casi siempre por uno de los dos extremos; no obstante, los optimistas no son mayoritarios, los que evalúan permanentemente la realidad de manera positiva, sino los pesimistas, aquellos que explícita o implícitamente asumen la idea que sentenció Jorge Manrique allá por el siglo XV, la de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Particularmente, no pertenezco a ninguno de esos grupos porque, entre otras cosas, todo depende de lo que se esté juzgando y a que siempre hay oscilaciones, tanto en la historia personal como en la de cualquier otra índole, como es la de la política. Las oscilaciones, las subidas y las bajadas son lo típico, no la excepción y quizá por eso deberíamos aceptar pacientemente las situaciones adversas y negativas. Sin embargo, lo habitual es que nos resistamos a esa aceptación y que queramos que cambien las tornas. Digo todo esto porque creo que puede afirmarse que hemos tenido mejores tiempos que el actual y que ahora padecemos un periodo de crisis que no es solo económica, sino también política, pues brillan por su ausencia la inteligencia, la altura de miras, la prudencia y la sabiduría. Y que alternativamente relucen con fulgor la egolatría, el cortoplacismo, el postureo y la falacia. Prueba de ello ha sido el pleno recientemente celebrado en el Congreso de los Diputados. En general, el nivel de todos fue bajo y los protagonistas, poco creíbles. Lo malo es que si se convocan nuevas elecciones y se cumplen los resultados de las encuestas publicadas, éstos variarán poco la composición de la Cámara y se continuará con los mismos líderes. Con todos estos ingredientes se comprende la falta de ilusión, el descontento y la incredulidad hacia la política de un amplio sector de la ciudadanía, lo que presumiblemente se traducirá en una alta abstención en unos previsibles comicios. ¿Nos merecemos los políticos que tenemos? ¿Podemos confiar en un Sánchez o en un Iglesias? Creo que no en ambas cuestiones. El espectáculo que nos han ofrecido en los últimos meses ha sido verdaderamente penoso. Nos cabe la esperanza de que este ciclo depresivo se acabe algún día, pero desde ya tendremos que elegir mejor y exigirle más a los que nos representen en las instituciones.

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