Pasó el 1 de octubre de 2017. A muchos nos preocupa, a la par que nos hastía, el conflicto Cataluña-España. Compartimos el deseo de que España avance unida por el camino de la justicia y el progreso para todos, pero lamentamos que la defensa de su unidad se haga utilizando la bronca y el insulto, dirigido a veces hacia los catalanes en general, sin matizar. En este bando no nos gusta la bandera estelada por lo que simboliza, pero para expresar el rechazo algunos enarbolan la tricolor republicana, complicando un debate ya de por sí arduo, con la pugna entre ideologías discrepantes. Sería mejor, en mi opinión, centrarse en la defensa inteligente de la integridad del estado y dejar para otro momento los rifirrafes partidistas. Los independentistas, en cambio, hacen causa común y les está dando buen resultado. No es de extrañar que algunos opten por salirse de la polémica por la vía ácrata, como Miguel Ángel, artista, que "solo utiliza las banderas para limpiar los pinceles" y cuando se le dice que eso puede resultar peligroso, responde que más peligroso es defenderlas.

Da la impresión de que la batalla del 1-O la ha ganado el Gobierno catalán. Tras el referéndum que no existió pero sí, se oponen las visiones de la brutal represión con las de la exquisita proporcionalidad. Temo que ante la opinión pública internacional también aquí vayan ganando puntos los independentistas. Me consuelo pensando que, milagrosamente, no ha habido desgracias personales irreparables. La próxima gran batalla es la eventual declaración de independencia unilateral. ¿Podrán los constitucionalistas ganar el partido en el segundo tiempo? Condición indispensable es que hayan aprendido que enfrente tienen, no solo a unos dirigentes rebeldes a las leyes, sino a un porcentaje importante y sobre todo muy movilizado de un pueblo en el que, lo entendamos o no, predominan las emociones hábilmente inculcadas sobre los argumentos racionales; mientras la mayoría silenciosa, si existe, está a los suyo: guardar silencio.

En un horizonte próximo, los nubarrones de la declaración de independencia, tal vez haciéndola coincidir con el aniversario de otro intento, cuando la República fue tierra abonada para una plaga de intentos separatistas. Más miedo me da otro fantasma, el del centenario de la Revolución de octubre, que pretendía acabar con una opresión y generó otra de efectos insospechados.

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