Hace ya muchas décadas que se desdibujan los antagonismos de las clases sociales. Antes era todo mucho más simple: estaban los privilegiados y los desfavorecidos. O eras explotador o estabas explotado. No es solo que la estructura social se haya vuelto mucho más difusa ("líquida", es el término que ha acuñado el pensamiento posmoderno), es que lo que nos organiza y nos identifica socialmente poco tiene que ver, la mayoría de las veces, con el nivel económico que poseemos o la ideología que profesamos. La dinámica social nos ha vuelto transversales, interconectados en función de nuestros intereses.

Eso prueban los programas de los partidos políticos, defendiendo con soltura medidas económicas de derechas junto a propuestas (supuestamente) progresistas como los vientres de alquiler. Lo prueban las guerras simbólicas que acaparan portadas, como la corrupción, el nacionalismo o la memoria histórica. También las causas globales que aglutinan hoy día la lucha por un cambio de modelo, como el feminismo y el ecologismo. Ya no extraña que, en una manifestación feminista, sostengan la misma pancarta la ejecutiva que se sienta en el consejo de administración de un hotel y la camarera de piso que limpia las habitaciones de ese mismo hotel. Pero algo chirría cuando eso sucede. Cuesta creer que Paco el Bajo y el señorito Iván vayan a resolver sus respectivos problemas de la misma forma.

Claro que en el largo camino de las luchas sociales deben darse alianzas estratégicas que permitan conquistar ciertos derechos. El movimiento LGTBI es un claro ejemplo, aunque a la hora de la verdad poco tengan que ver las realidades de marginación de un gay rico y un gay pobre. Pero el respeto de esa diversidad individual, de ese activismo interclasista que asume el orden establecido, ha sido también la excusa para perder de vista las causas de la desigualdad. Esa es la trampa. En la vida real las situaciones de opresión nunca están desvinculadas del conflicto entre el capital y el trabajo, por muy lejos que nos quede este concepto.

No sirve para nada la nostalgia de una clase obrera, enterrada ya en los cimientos de la historia tal y como la conocíamos. Pero sí es más necesario que nunca conectar las reivindicaciones transversales con las luchas económicas. Solo desde ahí nacen los cambios que transformarán la vida de la gente, de todos nosotros. Y esa es la auténtica transversalidad.

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