Los carteles mutantes

La expresión de los políticos en los carteles electorales ha cambiado como por ensalmo

De entre todos los versos de don Antonio Machado, mi predilecto es éste: "No está el mañana -ni el ayer- escrito". No hace falta decir que la gracia no está en el mañana pendiente de escribir. Para todos los culturalmente cristianos, con fe o sin ella, eso es evidente. Somos los capitanes de nuestro destino. Los paganos no lo tenían tan claro. La gracia del verso estriba en la sorpresa de que tampoco está escrito el ayer. Nuestro pasado depende de lo que depare nuestro futuro.

Yo siempre puse como ejemplo la novia que te deja y rompe tu corazón, pero, al cabo del tiempo, encuentras tu amor verdadero y aquella ruptura tan desgraciada de ayer resulta que fue una de las ocasiones más felices que vieron los siglos. Con menos romanticismo, también lo muestran ahora los carteles electorales que todavía adornan nuestras calles y autovías. Han mutuado. La sonrisa de Juanma Moreno, que en su momento nos pudo parecen forzada, la del graduado en protocolo que se esfuerza en caernos bien, casi pedigüeña, ahora se ha convertido en una sonrisa irónica, guasona, más malagueña que diplomática, que estaba diciendo: "La que os voy a dar".

El rostro achinado de Espadas de pronto se ha consolidado como una auténtica sonrisa eginética, ya saben, la que expresa el dolor de un moribundo, como la del guerrero del frontón occidental del Templo de Afaya en Egina.

Que nadie me acuse de partidista. Veo el lema "cambio real" y descubro que, para cambio, la expresión de Macarena Olona, que se ha congelado. Tampoco parece tan natural como parecía Inma Nieto. A Teresa Rodríguez se le ha puesto una cara de dos diputados por los pelos que parece mentira que no hubiésemos adivinado el resultado nada más que ojeando el cartel.

Pero no vengo a glosar las metamorfosis como Ovidio, sino a transmitir un mensaje de esperanza y, por tanto, de esfuerzo. Que los carteles, ya que para votar ya han servido más o menos, nos valgan ahora como recordatorio de que, con nuestras vidas, también podemos cambiar como por ensalmo nuestro propio pasado.

Con un final feliz, haremos de nuestras vidas una auténtica comedia. Ya sea por lo pagano, como decía Petrarca: "Un bel morir tutta la vita onora" o, aún mejor, por lo divino, como decía el clásico: "Aquel que se salva, sabe" Si usted no está muy conforme con cómo le está quedando el cartel de su vida, no desespere. Pelee por ganar al final y su historia se arreglará entera.

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