La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Una campaña como todas

Todo se repite: la falta de debate andaluz, la influencia de Andalucía en España, el papel de los indecisos...

Al contrario que la primavera machadiana, la campaña ha venido y todos saben cómo ha sido. La abrió de tapadillo Susana Díaz antes del verano, cuando ordenó la puesta a punto de planes, programas y hasta leyes que sesteaban en una legislatura rutinaria y de mantenimiento. La secundaron los partidos de la oposición a la vuelta de las vacaciones, percatados al fin de las intenciones presidenciales de adelantarlas, a las que Ciudadanos puso fecha con una ruptura más teatral que convincente.

Todo es tan viejo y hartible, tan dejà vu, que hasta esa idea de que el adelanto estaba cantado y que en cuanto llega el tercer año de un mandato todos los partidos se ponen en modo campaña ya suena a repetitiva y cansina. No es la única. Casi todo lo que estamos leyendo y oyendo estos días de campaña electoral oficial ya lo hemos leído y oído antes. Muchas veces.

Por ejemplo, la importancia de las elecciones andaluzas en el contexto nacional. Siempre Andalucía es un laboratorio para España, siempre sus elecciones resultan decisivas para la política española. A eso ayudan algunos factores objetivos (ocurre que tenemos en esta autonomía ocho millones y medio de habitantes, casi uno de cada cinco españoles) y otros circunstanciales, como el hecho de que los comicios andaluces preceden a los municipales, autonómicos y generales.

Por ejemplo, la exigencia compartida de que se produzca un debate auténticamente andaluz y el lamento porque nunca se consigue. Con la misma intensidad se pide a los candidatos que se centren en los problemas de Andalucía y no permitan interferencias en la campaña de los temas de política nacional que se prepara, e incluso se entona con melancolía preventiva, la elegía por la frustración de esta demanda. Por ejemplo, la denuncia de quien gobierna contra la oposición feroz, ruidosa e insultante de sus adversarios, paralela a la crítica de éstos por la campaña plana, electoralista y ventajista de la gobernante, con su rosario de promesas sociales y baratas.

Por ejemplo, la polémica sobre quién habrá ganado los debates televisivos. Por ejemplo, las homilías sobre la importancia de los votantes indecisos, que siempre son muchos menos que los que se declaran indecisos. Por ejemplo, la perseverancia de los partidos en gastarse el dinero en carteles inútiles y mítines sin público.

Todo esto ya lo hemos vivido y sufrido con treinta años menos. ¡Qué pereza da!

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