Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
La blanca espuma de la ola cubrió la huella que dejaba el verano. Septiembre avisa de otra época en el calendario de las estaciones. Todo está dispuesto en los ciclos celestes para la llegada del otoño.
Los árboles todavía tienen fuerza para cubrir sus hojas de ese verdor de esperanza que nos ofrecía la lejana primavera, pero pronto, cuando el sol se pone al caer la tarde, un presagio misterioso y oculto les hace sentir que, esas hojas que fueron vida, color y alegría, se volverán de un tono oscuro, que las irán haciendo caer, para que un viento sin nombre las arrastre en caminos sin vuelta.
Siempre hemos tenido al otoño como una estación melancólica, donde la nostalgia se funde en recuerdos… Un tiempo donde el romanticismo roba vida a la cruda realidad, para sentir el sueño de una palabra, de una caricia, de una melodía que conforta el espíritu y nos trae savia nueva a las venas anhelantes de un temple más vivo…
Ahora, cuando dentro de unos días el camino astronómico del firmamento marque la entrada otoñal, todo volverá a comenzar. Entramos en una etapa donde las vivencias del verano, tranquilo o loco, quedarán varadas en esa orilla de nuestro deambular cotidiano.
La época vacacional, alegre y desenfada se irá perdiendo en la lejanía de un horizonte inalcanzable. La playa, el mar, un amor de juventud, una canción inolvidable, una puesta de sol lenta y maravillosa, un cielo rosado tiñendo el paisaje, una gaviota que se posa en la orilla y, aburrida, levanta el vuelo firmando curvas en el aire….
Todo se hace viejo y nuevo. Todo viene y pasa. Es la vida que no se detiene... es el otoño que nos va aprisionando en un compás de existencia… es inútil luchar contra él.
Nacer el primer día de otoño nos marca indeleblemente. Septiembre ha abierto un manto donde los mensajes no se escriben con palabras. Septiembre es así…
La playa se hace eterna… Los “chiringuitos” cerrados, vacíos, parecen fantasmas de una época olvidada, divertida y confiada. Me gusta el otoño… camino despacio junto al mar, contemplando la grandiosidad azul del océano y comprendiendo la pequeñez humana que, tantas veces, reta a la naturaleza virgen … Miro hacia atrás y una estela de conchas asemeja una alfombra marina, desperdigada sobre la arena. ¡Qué bello es el otoño en la soledad de la playa!
En el silencio que me rodea sólo el viento trae ecos a los que responde el rumor de un oleaje monótono y cansino.
A lo lejos el sol tiene un tono distinto en el horizonte. Está comenzando una nueva estación… ¿o acaso es la misma que se repite en un círculo sin fin de años?
Una brisa que llega a la orilla rompe la duna que otras brisas formaron en la lentitud del cariño.
Cuando el firmamento apaga su tonalidad de luz, el mar se ha teñido de gris. La oscuridad anuncia su llegada… busco anhelante una estrella de mar, pero ya no la encuentro. ¿Se fue a soñar con la luna?... más bien navega para saludar al Otoño que nace…
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