Son varios, sino todos, los partidos que nos hablan de cambio. Y cambiamos de Gobierno, el último hace un mes. Y de nuevo se habló de cambios y muchos ciudadanos se preguntan una vez más: "¿Qué cambios?". Porque hasta ahora los cambios, habidos y por haber, obedecen a alteraciones puramente cosméticas, gestuales o de marketing, como muchos han dicho. Pero también del compromiso adquirido por el Gobierno con los partidos que le han apoyado en la moción de censura. Y el presidente se dispone a cumplirlo. Eso sí pero no la promesa de convocar elecciones anticipadas como afirmó en su discurso de investidura. Pocos días después anunciaba su intención de agotar la legislatura en función, dijo, de una obra legislativa pendiente. Un cambio en suma a su favor para aprovechar el mandato como oportunista campaña electoral para ganar los votos perdidos por su partido en los últimos tiempos.

No parece que este Gobierno sea el del cambio esencial que necesita España: la total regeneración democrática, la agilización de la pesada maquinaria administrativa, la reducción drástica de órganos e instituciones innecesarias como el Senado y las diputaciones, entidades, empresas públicas y otras corporaciones que duplican y hasta triplican funciones y gestiones superfluas, el excesivo y abusivo intervencionismo, la corrupción que no cesa -véanse los recientes casos del presidente socialista de la Diputación de Valencia y la operación Enredadera-, los infames desatinos nacionalistas y separatistas, la definitiva separación de poderes, la superación de los indeseables complejos guerracivilistas, la eliminación de privilegios, una fiscalidad más justa y equitativa, la gestión caótica de algunas competencias transferidas a las autonomías, la invasiva emigración ilegal, el empleo, las pensiones, la sanidad, la educación, la cultura…

Los cambios no pueden ser los peajes que el Gobierno tiene que pagar a sus valedores por la famosa moción de censura ni permanecer impasible ante desafueros y falacias. Resulta inadmisible que el presidente de una comunidad autónoma española en un lugar emblemático de la capital de los Estados Unidos, en el curso del Smithsonian Folklife Festival, mienta, difame y ponga en duda nuestra democracia y el Estado de derecho que es España, lo que mereció la justa y contundente respuesta de nuestro embajador en Washington y no ha tenido la misma reacción por parte del presidente del Gobierno por evitar "la confrontación". En una actualidad cargada de falsedades, supercherías y embrollos en las comparecencias periodísticas y en las tertulias, ante llamativas imposturas y manipulaciones, analistas e informadores permanecen inmutables. Ni cabe resucitar espantajos para embaucar a las masas. Con lo cual nada cambia. Como dicen algunos castizos: si cambia es pa peor. Y la selección española a casa. No somos nadie.

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