La calle de Juan

Así, muy despacio, han ido tejiendo una red invisible que ha conseguido cambiar el carácter de una ciudad

E n aquellos años a un niño le dabas un paquete de piñones con una cuchilla y no pasaba nada, así que podía irme solo a comprarlos tranquilamente y esperar allí a mi padre, que subía desde el Bar de Javi, abriendo algunos antes de entrar al estadio. Por entonces no había colas. Uno llegaba sin prisas, sacaba su carnet para que le hicieran el agujerito y entraba sin más. Una de esas veces me dio por preguntarle qué hacíamos allí realmente, por qué éramos del Recre cuando la mayoría de los amigos del cole eran del Madrid o del Athletic. Mi padre, que decía muchas cosas con los ojos, me miró con una extraña mezcla de interés y compasión: "Hijo…" -me dijo, levantando las palmas de las manos para evidenciar que lo que iba a soltarme era una perogrullada-. "Porque somos de Huelva". Aún no he encontrado una respuesta mejor cuando me lo preguntan mis hijos. Es verdad que ahora uno se siente mejor porque lo del Decanato le da un toque de distinción (antes también lo éramos, solo que no parecía tan importante), pero imagino que por entonces no tenía que ser fácil para un padre defender su recreativismo. Lo tenía todo en contra, y sin embargo ahí seguía, sujetando su banderita de rayas blancas y azules como si llevara un trofeo. Orgulloso, como yo lo estoy ahora, de ser de Huelva a pesar de todo.

Lo de mi padre era especial, pero no era único. Decenas, centenares de padres y madres así han ido poco a poco, con un trabajo callado de ebanista, tallando el corazón de sus hijos y luego los de sus nietos. Moldeándolos para que sean como los suyos: inaccesibles al desaliento, resistentes a la crítica, inmunes a las famas injustas y a los agravios. Y así, muy despacio, han ido tejiendo una red invisible que ha conseguido cambiar el carácter de una ciudad. Así han creado una Huelva orgullosa. Muchos de ellos, como mi padre, ya no están con nosotros, pero otros siguen aún en la misma tarea. Son incansables, como Juan Romero. Lo veo cada día, paseando de calle en calle sus recortes de prensa. Llevando a todas partes su particular crónica de una ciudad que ama, defiende y conoce mejor que nadie. El otro día escuché en Canal Sur que ha llegado hasta el Ayuntamiento la propuesta de bautizar una calle con su nombre. Una callecita pequeña y humilde, como él. Uno de esos rincones de Huelva que lo ven pasar cada día, yendo y viniendo desde su querido Molino, mientras hace patria chica. El mejor patrimonio de cualquier ciudad es su gente, pero en Huelva ese valor es esencial. Aquí, además, la hay muy especial. Gente buena que hace por esta ciudad lo que buenamente puede. Gente modesta como Juan y sus recortes, como mi padre o el tuyo y sus domingos de Recre, como la abuela que te enseñó a cantar Mi Huelva tiene una ría, el abuelo y tu primer fandango. Gente sencilla que con sus pequeños gestos han hecho realidad, casi sin darse cuenta, el milagro de que sus hijos y sus nietos quieran a esta vieja tierra tanto como ellos. Una Calle de Juan Romero es un regalo a todos ellos. Un homenaje al alma de Huelva. Dónde hay que firmar.

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