No deja de parecerme una inquietante paradoja que en este mundo nuestro, en teoría culmen del progreso humano, el valor que verdaderamente está en crisis sea el de la libertad. El pensamiento único y lo políticamente correcto, dos herramientas sofisticadas de la permanente tentación totalitaria, están consiguiendo generar una dictadura mental fundamentada en sus dogmas, capaz de disciplinar aquello que podemos y no podemos expresar. Cada vez son más sus devotos, dispuestos siempre a criminalizar el grito que ose disentir de su impermeable ortodoxia. Tanto éxito acumulan que pronto casi no necesitarán inquisidores: cada cual se está convirtiendo en un severo guardián de sí mismo que, por miedo, silencia y arrincona opiniones e ideas.

Y eso que el método no es ni complicado. Basta con manejar bien cuatro o cinco palabras clave para mantenernos aborregados, tiritando de pavor ante la perspectiva de ser fulminados por su presunta fuerza estigmatizadora: ni te atrevas a propugnar una cierta noción de orden público porque de inmediato serás señalado como "facha"; si sugieres que quizá debiera regularse y controlarse la inmigración ilegal, nadie te salvará de ser despreciado como racista o xenófobo; te llamaran machista si no te envuelves en la siniestra bandera del aborto libre; u homófobo, si subrayas el despropósito, legal y social, al que aboca la extensión del concepto de matrimonio. Sobre éstos y otros múltiples asuntos el debate es imposible: o enmudeces o pasas a ser un sujeto peligroso al que hay que perseguir y aniquilar. Sean sinceros, si no, y reconózcanme en cuantas ocasiones se muerden hoy cautamente la lengua.

Miren, yo ya despaché unos años. Modestamente me tengo por demócrata. Conocí otras tiranías y las aborrezco todas. Soy consciente, porque la viví, de la lucha de muchos en defensa de la libertad. También de a qué me compromete tan audaz sacrificio. Con tales antecedentes, comprenderán que no pueda, ni deba, ni quiera, someterme a las alienantes consignas que la progresía me dicta. Defíname ésta como le apetezca, insúlteme ad libitum, pero no entregaré el tesoro de mi propio pensamiento. Si renunciamos a la pluralidad, al contraste de pareceres, a la búsqueda conjunta, abierta y leal de soluciones, más nos valdría estar muertos.

Porque libre nací y libre deseo irme, no me robarán una voz, la mía, en la que al cabo sobrevive la intangible dignidad de lo que orgullosamente soy.

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