Se cumplen este mes los 50 años de mi publicación titulada De Saltés a la Joya. Un libro que pasó a la pequeña historia de los recuerdos onubenses porque en él trataba de las primeras excavaciones serias que se hicieron en el Cabezo de La Joya por nuestro siempre recordado Juan Pedro Garrido Roig, en una época en la que era impensable soñar en los trabajos que se están realizando hoy en muchos puntos de la geografía onubense. Los descubrimientos que salieron a la luz asombraron. Muchos de ellos forman parte hoy de esas piezas de gran valor que se guardan en nuestro Museo. La atención que despertaron en el público me hicieron escribir algunos reportajes en la prensa que fueron del agrado de numerosos amigos, ya que sin entrar en profundidades arqueológicas de carácter profesional, ponían de relieve el papel que nuestra capital había jugado en tiempos pasados y a la vez daba a conocer una serie de detalles sobre cerámicas y objetos de cobre que aparecieron en estos trabajos.

Los cabezos de Huelva siempre nos han apasionado. Constituyen algo de nuestro propio ser urbano. Sobre ellos corrimos y jugamos de niños y bajo ellos continua dormida y oculta, esperando su rescate, la propia historia de Huelva.

Hace un poco más de medio siglo existía una Asociación Arqueológica Onubense, que daba pasos llenos de interés en despertar la curiosidad por esta tarea de investigación tan destacada. Era una época, allá por los años 40 del pasado siglo, en que nos llevaban a los escolares a visitar una casita de singular arquitectura, junto a la orilla del Odiel camino de la Punta del Sebo, donde otro recordado amigo, Carlos Cerdán, iba reuniendo las muestras arqueológicas que llegaban a sus manos, al ser persona muy docta y aficionada a estas labores. Aquel museo era la primera piedra de lo que años después iba a ser por fin un edificio en condiciones que recogiera estas muestras del pasado. Los cabezos, al pasar el tiempo, van camino de su extinción en esa labor de ganar terrenos para obras de todo tipo. Y esto, a mi pobre opinión es una absoluta barbaridad, no solo porque rompen la fisonomía secular de nuestro suelo, sino porque pone en peligro un detallado estudio arqueológico de nuestra tierra onubense. Que un cabezo pueda morir sin su estudio organizado sería para todos algo imperdonable.

Es muy posible que vuelva hacer una segunda edición de aquellos escritos que forman parte de unos inicios de trabajos arqueológicos que hoy bajo la dirección de la Universidad son orgullo de interés por el pasado. Se va perdiendo la imagen que teníamos en nuestra niñez cuando paseábamos por las calles y para cualquier punto que miráramos veíamos un cabezo, que luego sería cita de nuestros juegos y aventuras infantiles, cuando no más que lugares de preocupación para nuestros mayores cuando nos introducíamos por sus numerosas cuevas a la vista de todos.

Vayan estas líneas en defensa y en favor de nuestros cabezos que en símil taurino son las monteras del arte y de la historia choquera.

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