En abstracto, cualquier medida encaminada a subir los salarios siempre debe ser recibida como una magnífica noticia. Pero, como alguien señaló, lo mejor suele ser enemigo de lo bueno. La decisión del Gobierno de Sánchez de disparar el salario mínimo interprofesional hasta los 900 euros mensuales (un 22,3% más) puede acabar mostrando esos efectos perversos de lo teóricamente óptimo.

Ya en el pasado mes de enero hemos empezado a comprobar que toda moneda, incluso la más apreciada, tiene su cara y su cruz. Los datos que este primer mes del año nos deja en materia de empleo son francamente malos y, de ellos, lo niegue quien lo niegue, tiene parte de culpa el órdago de Sánchez.

No será por falta de advertencias. Tampoco por lo imprevisible del fenómeno. Entre las primeras, destaco dos: alerta Moody's que tal incremento frenará nuestra creación de empleo entre 40.000 y 150.000 puestos de trabajo; igualmente, para el Banco de España aparejará una fuerte disminución de los mismos. Esta última afirmación se explica con detalle: según el BdE, el volumen de trabajadores afectados ascenderá al 6,2% del total (con especial incidencia entre las personas con menor nivel de formación); de éstos, el 12,7% perderá su empleo, esto es, dado que hay aproximadamente 16 millones de ocupados a tiempo completo, la destrucción alcanzará los 125.000 puestos de trabajo, un número equivalente al 0,8% del total; el impacto será más intenso para los trabajadores de más edad, estimándose una destrucción del 28% entre los afectados mayores de 45 años. No son cifras que salgan de la mera especulación. Resultan de trasladar a hoy lo sucedido cuando Rajoy, en 2017, subió el SMI a 707,6 euros. Aquel incremento provocó la pérdida de 12.000 empleos.

¿Y saben qué es lo más descorazonador? Pues que entonces, como seguramente ahora, la masa salarial no registró ninguna variación, lo cual significa que algunos trabajadores ganaron más a costa de que otros perdieran su empleo, aumentando con ello la desigualdad de rentas y la bolsa de pobreza.

Veremos lo que ocurre en los próximos meses. Paro maldita la gracia que tendría que, al fin, la magnanimidad de Sánchez se tradujera sólo en eso, en expulsar del mercado de trabajo a algunos (los más desfavorecidos) para que otros vean mejorado su bienestar y su salario. No dejaría de ser, entonces, todo un ejemplo de populismo barato, de desconocimiento y de absurda y demagógica insensibilidad.

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