La brecha de género en la universidad

No es más importante construir un puente que educar a un niño

Pronto comenzará el curso universitario y, por más que en esta ocasión el Covid-19 concentre nuestras preocupaciones y absorba todas nuestras energías, no deberíamos dejar de reflexionar sobre otros problemas que nos aquejan y que reflejan la sociedad desigual en la que vivimos. Una vez más, veremos cómo los sesgos del género llegan hasta nuestras aulas bajo la forma de masculinización o feminización de las titulaciones. Las mujeres ocuparán mayoritariamente sus pupitres en las ciencias de la salud, la educación, el trabajo social o las carreras humanísticas. Los hombres dejarán claro su predominio en las STEM, es decir, en las ciencias experimentales, las tecnologías, las matemáticas y las ingenierías. Sobre todo estas últimas tendrán a nuestras jóvenes como una rara avis entre sus filas. Esta brecha de género formativa transparenta la profunda desigualdad de una sociedad en la que, desde la infancia, explícita o subliminalmente, se atribuyen roles diferenciados a hombres y mujeres en el espacio de lo público y lo privado. De forma permanente, simplemente a través de un juguete, de un comentario humorístico, de la letra de una canción o de un anuncio publicitario, los roles son repartidos con una peligrosa naturalidad que los hace aún más infiltrantes e indelebles. En el fondo, tras estas atribuciones está la concepción errónea y acientífica de que la mujer es más emocional que racional y de que sus capacidades intelectuales para la abstracción y la ciencia son más débiles. Concurren a esta injusticia otras dos circunstancias que la hacen aún más grave y vergonzosa. Por un lado, resulta que las titulaciones masculinizadas son las que más fácilmente acceden al mundo del empleo, haciéndolo, además, a un empleo más cualificado y mejor remunerado; por otro, la sociedad atribuye a las titulaciones "de hombres" un prestigio y reconocimiento social que no se atribuye, ni de lejos, a las titulaciones "de mujeres", o sea a las que se orientan a la educación y los cuidados. Como si fuera más importante construir un puente que educar a un niño. En puridad, esta sociedad no solo reparte roles que generan la masculinización o feminización de carreras, sino que pone la guinda desprestigiando y minusvalorando todo aquello en lo que la mujer predomina. Nada puede objetarse a que la elección de un grado universitario se realiza en uso de la propia libertad personal; pero tampoco puede obviarse que la envolvente social y cultural siempre es un determinante poderoso de nuestras decisiones. Y de poco servirán los esfuerzos de las Universidades para arreglar este desaguisado, mientras el conjunto social en el que nos insertamos no tome conciencia de sus fallos y rectifique sus "repartos".

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