El bicentenario de Antonio Canova e Hispanoamérica

Este año se cumplen varias efemérides dignas de evocar en estos tiempos en los que la memoria palidece ante determinados acontecimientos relevantes para la Historia de Hispanoamérica y de la propia Historia del Arte, por lo general unidas indisolublemente.

En la bella y doliente ciudad véneta de los canales murió un 13 de octubre de 1822 Antonio Canova, el escultor más importante del tránsito del siglo XVIII al siguiente. Su obra constituye un prodigio de creación vinculada a las estéticas del Neoclasicismo y del Romanticismo, en la que forma y contenido se equilibran con el uso de una técnica, generalmente mármol de acabado y pulido primoroso, para conseguir la perfección plástica, que es la auténtica obra de arte. A su muerte había conseguido culminar una trayectoria de proyección internacional que abarca no solo la talla de bulto redondo y el relieve sino también la escultura funeraria, elaborando modelos estatuarios y retratos. Su actividad trascurre entre los primeros años en la República de Venecia (v.g. Orfeo y Eurídice o Dédalo e Ícaro), y su estancia en la Roma papal (citaremos su Teseo y el Minotauro o las esculturas funerarias de Clemente XIII y Clemente XIV). La ejemplaridad de su obra, basada en lo más conspicuo del arte clásico griego, se pone de manifiesto como modelo a los futuros artistas en su deseo de ser académicos en el mejor sentido de la palabra. Tras Bernini, Canova será la referencia a grandes maestros de los siglos XIX y XX como Rodin quien, aunque autodidacta, admiraba las obras clásicas. También es testimonio vivo para la Arqueología mediante la investigación y el coleccionismo de piezas antiguas, evitando así su dispersión en manos privadas para ponerlas al servicio de los jóvenes artistas como modelo para el estudio.

Mientras moría Canova en olor de multitud en la romántica Venecia, muy lejos y unos meses antes, brotaban aires románticos de libertad en la América española: El 21 de abril de 1822 se escenificaba en Riobamba la trascendental batalla entre las tropas realistas y los movimientos independentistas que, bajo los preceptos de Libertad, Igualdad y Fraternidad, alcanzarían la victoria y la definitiva manumisión de la ciudad. Un mes después en la Batalla del Pichincha se selló la independencia de lo que después llegaría a ser la República del Ecuador. Se trataba de un episodio del proceso de emancipación o descolonización americana, que había comenzado en 1810 y no terminaría hasta quince años después.

Aunque aparentemente ambos acontecimientos solo tienen en común la coincidencia cronológica, la relación es estrecha si recurrimos al hecho artístico, ya que la obra del escultor veneciano llega a América directa o indirectamente a través de la llamada cultura neoclásica. Ésta propende a su expansión como corriente filosófica y estética en Occidente entre la mitad del siglo XVIII y mediados del siguiente. Se trata de un ideal de corte romántico, no solo estético -la difusión de los tratados de Winckelmann en América- sino también moral y ético a través de los arquetipos de la ilustración y la Revolución Francesa, basados en la cultura griega con su democracia y la romana con su república, para afectar incluso al comportamiento social y político de las naciones emancipadas del nuevo continente.

Respecto a la presencia de la obra canoviana en América, como decíamos más arriba, no es solo, ni mucho menos, la referida al retrato que, efigiado como Julio César, el escultor veneciano hizo en 1816 de Georges Washington para el gobierno de Carolina del Norte en los Estados Unidos. La obra, perdida lastimosamente en un incendio algunos años después, es ejemplo del empleo de modelos clásicos transformados, aunque algo discutida por ser ajena en aquellos territorios en los que sin embargo la cultura clásica estaba de moda. Ésta, se extendió ostensiblemente en el arte hispanoamericano manifestándose como símbolo de la libertad.

Para concluir diremos, siguiendo al profesor Gutiérrez Viñuales: "El último tercio de la centuria y las primeras [décadas] del XX marcaron en América para los escultores locales, pero más aun para los europeos, una de las etapas más propicias para la expansión estatuaria. La estética clasicista, con variantes contemporáneas, siguió teniendo vigencia..." (Monumento conmemorativo y espacio público en Iberoamérica. Ed. Cátedra, Madrid, 2004, pág. 16).

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