La otra orilla

Javier Rodríguez

Tengo sed, bebo

El agua debe ser un derecho y tomarla como un bien de consumo es, cuanto menos, peligroso

Una de las tareas que mi madre me tiene asignada en cada una de las escasas visitas que le hago al pueblo es rellenar la despensa de botellas de agua del supermercado. No es una vieja tradición. No piensen que cada vez que hablamos de cosas de pueblo estamos hablando de tradiciones milenarias. Es cierto que, cuando yo era niño, en mi pueblo sufríamos cada cierto tiempo cortes del suministro de agua que nos llevaba de excursión a la Fuente de la Albuera a recargar algún folclórico cántaro y unas modernas botellas de plástico. Pero en mi pueblo, ya antes de yo nacer, había una red de suministro a la que accedía todo el pueblo, posiblemente con un agua un poco caliza, pero apta para el consumo humano, si acaso no muy recomendable para turistas y emigrantes que pasaban unos días en el pueblo. Desde entonces, la calidad del agua ha ido mejorando, haciéndola, incluso, apta para el consumo de turistas, pero en algún momento de ese proceso se sufrieron varias averías que provocaron que saliera un agua turbia que, al menos visualmente, no parecía muy recomendable consumir. En ese momento alguien empezó a difundir los peligros del agua de grifo y las bondades del agua embotellada y, desde entonces, en la casa de mi madre, el agua que se bebe es la que se compra en el supermercado, no la que sale del grifo.

Recientemente el responsable de la sección de agua de una multinacional ha declarado que es contraproducente que los restaurantes ofrezcan, por defecto, agua de grifo, que el agua no debe ser sólo "tengo sed, bebo", que "hay que proporcionar un poco de placer", que "si se ve como algo gratuito sin interés ni sofisticación, toda la categoría agua cae". Posiblemente, aunque diga lo contrario, no le interese mucho que cuando en un restaurante alguien pida agua le pongan una jarra de agua en vez de una botellita de una de sus marcas.

El esfuerzo realizado por las entidades locales se ha traducido en un consumo más racional (el Canal Isabel II ha reducido en Madrid el consumo de manera sustancial pese a haber aumentado la población), una oferta generalizada de agua para consumo humano (según el Ministerio de Sanidad sólo un 0,5% no lo es) y un aumento de la calidad del agua que ofrece la red que la pone, incluso, por encima de la embotellada.

El agua debe ser un derecho y tomarla como un bien de consumo es, cuanto menos, peligroso. El grifo favorece lo primero. La botella, lo segundo.

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