¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La batalla del campo

La despoblación del campo tiene más que ver con grandes procesos sociales y económicos que con decisiones políticas

Ya aquellos tractores que ondeaban la rojigualda tenían algo de brigada mecanizada entrando triunfante en los poblados de España. La sublevación del campo supuso un primer baño de realidad para el Gobierno de Progreso. Aquello cogió por sorpresa a los bisoños ministros de Podemos, gente muy leída de ciudad para los que el agro es territorio week-end, el lugar del placer al que se acude a pasear y tomar cervezas artesanales a precio de riñón de obispo. Luego vino otra guerra, la biológica del Covid, y por unos días los rústicos fueron héroes posmodernos. Poco faltó para que algún poetiso escribiese "Si mi pluma valiera tus tomates…". Ahora, cuando empieza a oler a elecciones por todas partes, el campo vuelve a ser objeto del deseo y en breve empezarán a aparecer por los caminos los habituales charlistas para convencer al señor Cayo de que su opción es la que protege verdaderamente al mundo rural. Pero lo cierto es que durante décadas, quizás desde el Plan de Estabilización de 1959 y la mecanización de la agricultura, algunas zonas rurales de España comenzaron un proceso de despoblamiento que hoy continúa y que es muy difícil de revertir, ya que no depende tanto de las decisiones políticas de los mortales ministros como de movimientos tectónicos económicos, sociales y culturales de carácter global. Quien crea que poniendo wifi y creando pequeñas empresas de turismo ecológico va a cambiar la tendencia es, simplemente, un ingenuo. El campo podrá absorber la población que permitan las explotaciones agropecuarias y algunas industrias de transformación muy vinculadas a estas, y poco más. La realidad es que hoy en día, por una mera cuestión tecnológica, la agricultura y la ganadería requieren cada vez menos mano de obra. Otra opción es la ensayada por el PSOE andaluz, el PP gallego y Bruselas: comprar con dinero el arraigo al terruño. Es decir, el clientelismo y el PER.

Con esta perspectiva es mejor que nos olvidemos de esos profetas que nos anuncian una nueva repoblación del campo español y pensemos en los problemas que sí podemos solucionar, en cuestiones como el abuso de las grandes cadenas de distribución con los productos del campo o la mejora de los servicios. Tampoco estaría mal respetar sus costumbres y valores, algo que hasta ahora sólo ha hecho Vox. En el agro caben los que caben, y al resto nos toca la ciudad, que tampoco es mala opción. Siempre nos quedará el consuelo de ir los fines de semana y en vacaciones. A nadie, que sepamos, le gusta pasar sus días libres en una oficina.

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