Arias breves

Rafael Ordóñez

El barco del agua

Fue en los primeros años de la década de los noventa. Siglo veinte de la era cristiana y no llovía ni a pedradas. España enteraba veía los telediarios que presentaba Jesús Hermida, pero le importaba un bledo todo lo que el gran comunicador decía excepto una cosa: el tiempo. Teníamos que esperar media hora para ver lo que nos interesaba: si iba a llover o no. El paisano aparecía todos los días, con cara de circunstancias, siempre con la loable intención de que no desesperásemos, y allá que nos contaba lo que había. En aquel esparto que era el territorio nacional existían provincias que lo estaban pasando peor que nosotros, aquí en Huelva. Concretamente, la provincia hermana de Cádiz estaba seca como una mojama. Y fue que alguien tuvo la idea de fletar barcos de agua desde Huelva hasta Cádiz. Y a todo el mundo le pareció bien, de lo más normal y de lo más natural. Era entonces una España que aún no se desangraba por diecisiete heridas. Ya estaban puestas las bases de la hemorragia, pero aún no habían aparecido en escena los siniestros y esperpénticos gobiernos de nacionalistas y agregados que hoy padecemos. Y es que aún creíamos en la bendita constitución de 1978. Aunque a mi adorado texto legal le habían colgado, en su nacimiento, la piedra de molino del título VIII, el de las autonomías, todavía leíamos su artículo segundo y nos lo creíamos: "La soberanía nacional reside en el pueblo español".

Viene esta historia de los barcos de agua a propósito de los vergonzantes sucesos sobrevenidos con motivo del trasvase, sí, trasvase, de agua del Ebro a Barcelona. Ni qué decir tiene que estoy de acuerdo. Que apruebo este trasvase a la querida ciudad y a las no menos queridas de Valencia, de Murcia, de Almería y a sus resecos campos. Es más, no sólo defiendo el trasvase de agua sobrante, si no de toda la necesaria para compartir equitativamente lo que es de todos. A ver si se enteran los zoquetes, los zotes y los zopencos nacionalistas y acólitos: El agua del Ebro no es de Aragón ni de Cataluña, como la del Guadalquivir no es de Sevilla ni de Córdoba. El agua de los ríos españoles es de los españoles. No lo digo yo, lo dice el artículo segundo de la Constitución. El mismo artículo por el que los fanáticos y sectarios que desgobiernan las provincias vascongadas no pueden hacer referéndum de autodeterminación ni ninguna otra soplapollez similar. La soberanía, el dominio, el señorío, la propiedad de España, de todas sus tierras, de sus mares y de sus ríos es del conjunto de los españoles. ¿Está claro? Si hace falta lo volvemos a repetir cuantas veces, en cuantas columnas, sean necesarias.

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