Este aniversario redondo de mañana se ha quedado fuera de la memoria colectiva, por mucho que se empeñen en recordar ahora aquel 4 de diciembre de hace cuarenta años. Sucede, además, en un momento complicado. Rescatar ahora expresiones como "autogobierno", o "soberanía para Andalucía", cuando estamos tan saturados de DUI y 155, da mucha pereza. He tenido que reconciliarme personalmente con la efemérides, créanme. Y lo he hecho entendiendo lo que entonces movilizó a casi dos millones de andaluces: defender un perfil identitario, sí, pero en torno a la lucha por la igualdad social.

Quizás esa sea la oportunidad de la fecha, más allá del reducto melancólico en que la han convertido. Aquel día de diciembre salió a la calle la Andalucía real, ignorando los debates de una Constitución en ciernes que dudaba entre el centralismo y la autonomía. A la calle también han salido estas últimas semanas los extremeños, que se fueron hasta Madrid, y los valencianos que piden una financiación justa, y las fuerzas policiales reclamando salarios dignos, y las mujeres que se quieren vivas, y… Pero el Gobierno sólo tiene ojos y oídos para Cataluña, y reduce el debate sobre el modelo territorial a una cuestión jurídica. Exactamente igual que hace cuarenta años, se quiere que las leyes sirvan para restringir, para imponer un modelo autoritario. Para eso ha quedado ya la Constitución.

He visto esta semana en la tele un par de excelentes reportajes sobre la corrupción en Cataluña, que vienen a decir, en medio de mucha basura, que el independentismo fue un invento para disimular la corrupción. Lo mismo podía decirse de un Gobierno que ha preferido volcarse en el tema catalán en lugar de atender tantas emergencias sociales que sí suponen, estas sí, un verdadero desafío. Lo que Cataluña le ha enseñado estos meses al resto de España es, justamente, lo que no se dice. Porque más allá del procés existe vida, y es la vida que le importa a la mayoría de la gente, quiera o no la independencia. Con las banderas no se come. Pero distraen, vaya si distraen.

Mientras escribía estas líneas, mi memoria no ha podido evitar enredarse canturreando la cantinela de la Murga de los currelantes. El Maestro Carlos Cano explicó lo que debería recordarse mañana de una manera "mucho más bonita y popular", y esa sí que ha quedado en la memoria de los andaluces. Cuarenta años después hay que seguir cantándolo, sin renunciar a nada.

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